La debacle que para el PSOE han supuesto los resultados del 28 de mayo ha dado súbito paso a tener que pensar y preparar las elecciones generales, que tenían su fecha natural en octubre.

Sánchez volvió a sorprendernos con un viraje rápido, arriesgado, pero que sabe puede ser lo mejor para él: se evita críticas internas; no les da tiempo a usar el poder municipal y autonómico a los ganadores; y, sin embargo, tiene el necesario para apabullarnos hablando de sus indudables logros: subida de pensiones y del salario mínimo, y el mínimo vital, becas, etc, cosas que nadie querrá perder.

Tendremos que hablar, asímismo, de los cambios legislativos no aceptados por toda la sociedad, pero si por quienes se califican de progresistas.

Asuntos como el llamado derecho al aborto, o a la eutanasia, o la (a veces muy estrambótica) teoría del género, con el cambio del idioma incluido; o hablar también de las soluciones podemitas que se han planteado, a veces, en ciertos asuntos. Cosas ellas que chirrían a muchos, pero complacen a algunos.
Las elecciones han sido municipales y autonómicas, por lo que deberían pasar a dar soluciones a Autonomías y Ayuntamientos, pero, ante el descontento con el hacer nacional, se han despertado elementales y lógicos sentimientos que han propiciado se hayan aprovechado unas elecciones locales como primero vuelta de unas generales.

Y es que de lo que no parece querer enterarse Sánchez es de que mucha gente a votado en las recientes elecciones no por no desear una política socialdemócrata, sino contra él como gestor y muñidor de ciertas alianzas (Bildu), o componendas con independentistas o con bolivarianos, como lo de someter órganos judiciales al legislativo. Y todo, a fin de cuentas, para poder detentar el poder.

Han quedado en el tintero proyectos necesarios, como las ayudas a la sanidad psiquiátrica.
Las aprobadas de la vivienda, o el propio diálogo social, aún no se sabe si darán los frutos deseados, aunque estén llenos de buenas intenciones.

Pero de todo ello, si saliera Feijóo vencedor de las generales, se vería obligado a mantener o terminar las que benefician a la sociedad.

Feijóo se verá puesto en cuestión si no las termina o si quiere quitar avances económicos sociales; pero tendrá apoyos (y creo que legitimidad) para corregir leyes ideológicas que sólo legislan para una parte de la sociedad española, sea cual sea el apelativo que demos a esos españoles, el de progresistas y el de reaccionarios, pues un gobierno en una democracia a de legislar pensando y teniendo en cuenta a toda la variedad social.

Tomado como un problema matemático, la ecuación del momento de la política española es complicada y la incógnita difícil de despejar, dejando creencias y modos singulares para quien los necesite, pero no como regla única. En una sociedad con múltiples culturas ningún credo, sea religioso o láico, debe imponer nada que no sea legal al otro. Por eso la importancia de legislar bien, sin parcialidad y sin sectarismo.

Alejo Lorén. De cal y arena