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Lo siento en el alma, pero estoy informado de fuentes fidedignas. En las comarcas del Matarraña y el Bajo Aragón ya no hay hobbits. Ni, por supuesto, elfos (que nos abandonaron allá por los años sesenta del pasado siglo). ¿Quiénes son los responsables de semejante desaguisado? «Entre todos la ayudaron y ella sola se murió», como decían los clásicos en mi pueblo. O «murió de éxito» como dicen los economistas del momento, torciendo el gesto.

Las condiciones físicas, ambientales, paisajísticas, humanas, sociales, éticas (la llamada escala de valores o sistema de prioridades como enseñan en Sociología básica) ya no son las adecuadas para que seres puros y desinteresados, como los hobbits, vivan entre nosotros. Los intereses, el oportunismo, la desorientación político-económica han ido socavando ciertos valores tradicionales de esta zona de Aragón que fueron paradójicamente la razón de su renombre y aprecio.

Creo que aún estamos a tiempo de revertir esa tendencia global que transforma los pueblos hermosos y sus territorios en objetivos de la banalidad digital de los coleccionistas de rincones pintorescos, los deportistas de fin de semana, las familias que importan una mala educación y unos comportamientos que no se permiten en sus propias casas, los comerciantes miopes que se apuntan a exprimir a los visitantes -y de paso a los aborígenes- con precios elevados para «aprovechar» la tendencia global al alza sin mejorar en la misma proporción su oferta y calidad y, last but not least, («por último pero no lo peor»)los habitantes enraizados en estos lugares que toleran la situación, un proceso progresivo hacia la monotonía del desencanto, pues confunden el éxito con la contaminación social, económica y ética que iguala lo que fue excelente con lo que siempre ha sido cuestionable (la vida en las grandes ciudades y pueblos aledaños a ellas).

El gran ojo rojo de Sauron, que vigila siempre, el poseedor del anillo (el dinero) que los domina a todos, el que va convirtiendo las Comarcas en tierras de Mordor, es esa idea perversa de que el turismo es lo que nos salva de la desaparición. Es la influencia nefasta que ha acabado con la solidaridad que existía entre las gentes de los diversos pueblos, ha agudizado la codicia de los ayuntamientos, ha subvertido las fiestas tradicionales en un vulgar y vasto mar de sargazos con borracheras impunes y gamberradas deleznables, un incivismo que se cree legítimo por el precio de una estancia o de dos comidas o por el «honor» que nos ofrecen, sólo por venir, gentes que se crecen en la medida en que los del lugar los toleran con una sonrisa.

No todos son bárbaros gregarios, hay visitantes que merecen el nombre de viajeros. Son personas discretas, que se mezclan con las personas del lugar, aman ciertas zonas, parajes, establecimientos modestos pero populares, están interesados de verdad en la historia, el arte, los sucesos de la comunidad. No viajan a toque de silbato, en destructivas y amorfas manadas de hipnotizados zánganos siguiendo a una reina con banderola y altavoz que cuenta historias jibarizadas leidas en la wikipedia. Estos son una plaga que, como la langosta o las hormigas rojas destruyen cuanto visitan, convirtiendo los lugares en una caricatura de lo que fueron. Las ciudades mutan y pierden poco a poco el encanto que antaño tuvieron, los pueblos son arrasados, si es que son valiosos por alguna razón e ignorados si están por «descubrir» por las empresas de turismo masivo.

Esta es la suerte que le espera al Matarraña si no hacemos entre todos un esfuerzo por volver a atraer y abrirnos ante ese otro turismo de los viajeros, que también es rentable, que respeta el entorno que visita y que se convierte en cómplice de los que estamos aquí, por amar y defender lo auténtico. Porque ese tipo de turistas existe. Y puede ser atraído por ofertas inteligentes… a condición de que se pongan límites defensivos a la invasión de los trolls. Mientras no logremos eso, los hobbits no volverán a nuestra comarca.

*Escritor y periodista. Alcalde de La Torre del Compte