Esta semana casi se me olvida escribir la columna. Tengo la sensación de que el tiempo pasa muy rápido; y siento como cierto eso de que «el tiempo vuela».

Esta Navidad la pasé en Caspe después de mucho tiempo sin estar en él. La razón de la ausencia ha sido esta pandemia de la que todos estamos hartos. Pero para su desaparición de nada sirve esa sensación de hastío que sentimos. Creo que solo cabe aguantar con estoicismo; es decir lo más tranquilamente posible y sin desesperar, siguiendo los consejos de los médicos y virólogos.

Hay que «ser fuerte y ecuánime ante la desgracia». Esta es una de las acepciones de ‘estóico’ en el diccionario de la lengua.

En mi visita a Caspe recorrí algunas calles y caminé el andador al polígono industrial los Arcos – Adidas con mirada critica. El andador siempre me pareció una buena cosa, y necesaria. Ahora falta el que nos lleve al Dique.

También me llegué hasta la Fuente de los Chorros, con su pilón pétreo curvo e irregular -como diseñado por un ‘gaudí’ rural- pero tan poco valorado por muchos jóvenes que lo pintarrajean y mal usan.

En ambos paseos vi hermosos árboles componiendo con el paisaje, ese paisaje caspolino tan sobrio y descarnado, terroso y de paleocanales. Y volví a pensar en la manía caspolina de no valorar lo que tenemos y de cortar un árbol en cuanto se hace grande. Afortunadamente quedan esos que cité, que debían ser ejemplo para que se cuidaran el resto más de lo que creo se hace.

El día 5 quise ver la Cabalgata de Reyes, y la encontré desangelada y poco atractiva. No somos los caspolinos demasiado amigos de ceremonias y pirindajas (excepto las medievales del Compromiso); al contrario de los de Alcañiz (los de las túnicas azul purísima) que éste año han echado el resto en la cabalgata poniendo junto a los Reyes Magos atractivos grupos de recreación lúdica. Leí también sobre la ciudad vecina y hermana que ha crecido en más de una veintena de empadronados; lo cual me alegra porque el verdadero problema de nuestra zona aragonesa es la despoblación, a la que sólo una planificación regional y estatal que rebasa el deseo de los gestores municipales, puede hacer revertir: inversiones en sectores económicos sostenibles.

La polémica creada por las palabras de un ministro torpón (Garzón, el de Consumo) hace que recuerde los purines y sus malos olores producidos en las granjas próximas. Pro es bien cierto que contemplar una macro granja produce una gran tristeza, al ver a esos cerditos y vacas que tan bién quedan en el Belen junto al musgo o libres en los prados, si están como los presos de Guantánamo, torturados e inmovilizados.

Un viaje a Caspe que me dio ocasión de ver cómo ahora los días de fiesta se puede comprar o comer en un restaurante ya que siempre hay un negocio de inmigrantes abierto. Un Caspe muy diferente, no hay duda, al de mi infancia y juventud.

Alejo Lorén. De cal y arena