El orden mundial nacido tras la caída del muro de Berlín abrazó la unipolaridad norteamericana, dando lugar a las tesis del fin de la historia que alumbraran autores como Fukuyama. La policrisis actual y la materialización de la sociedad del riesgo, cuestionan los postulados básicos de la globalización y abren la puerta a un nuevo orden, en el que España debe buscar su sitio.

La rivalidad entre EEUU y China en el ámbito comercial, tecnológico e incluso armamentístico ha derivado en un renovado proteccionismo con restricciones a la exportación de elementos imprescindibles para la doble transición digital y verde, como los semiconductores o las tierras raras.

El otrora tercer mundo ha transigido a un mundo de los terceros. La pujanza demográfica y la riqueza de recursos naturales en lugares como Nigeria, Brasil o el triángulo del litio (Bolivia, Chile y Argentina) les otorga un papel protagónico. Además, aviva la pugna por liderar el grupo de las economías emergentes, con India ganando posiciones en su flamante condición de país más poblado del planeta.

Por otro lado, las dinámicas de poder duro, según la clasificación de Joseph Nye, siguen guiando la lógica en demasiadas partes del globo. Por ejemplo, en El Sahel o África central con sucesivos golpes de Estado, el último hace tan sólo unos días en Gabón, con un creciente sentimiento anticolonialista que augura el fin de la françafrique en lugares como Malí, Níger o Burkina Faso.

En su atalaya particular, la Unión Europea ha hecho de la autonomía estratégica abierta su hoja de ruta. A la guerra por delegación en sus puertas, suma la hercúlea tarea de persuadir al Sur Global cortejado por Rusia y el difícil equilibrio entre el abrazo transatlántico y la no desvinculación del gigante asiático, que provoca divisiones internas.

Este panorama marca la encrucijada en un nuevo orden multipolar en el que también se encuentra España. Considero que tres serían sus desafíos ineludibles para cimentar su estructura interna y proyectar en paralelo su posición en el mundo:

El primero, garantizar su soberanía energética. Tejer alianzas fiables y robustas que garanticen el suministro de energía con independencia de vaivenes internacionales, a medida que la apuesta y desarrollo de las renovables y su capacidad de almacenamiento avanza en la curva de experiencia y se exploran nuevas fuentes energéticas en el territorio. A ello se añade la inexcusable ampliación de la interconexión con el viejo continente para hacer posible la exportación del excedente no acumulable o un futuro hidrógeno verde, escapando así de la verdadera excepción ibérica.

El segundo, apostar por la reindustrialización. El sector industrial ha ido perdiendo peso en el PIB, alejándose del como mínimo deseable 20%. Un Pacto de Estado por la Industria es condición necesaria, pero no suficiente. Alcanzar, al menos, la media europea de inversión en I+D del 2,3% del PIB y prevenir la fuga de talento, así como facilitar la transferencia de conocimiento a los agentes industriales son los ejes pivotales de la colaboración público-privada que preside este reto. Todos ellos abonan el camino hacia una economía más próspera y empleos de mayor calidad y valor añadido.

El tercero, fortalecer infraestructuras internas. El despliegue de redes de ferrocarril ordinario y AVE y la conclusión de los corredores atlántico y mediterráneo son factores que aportan dinamismo y cohesión territorial. También lo es hacer llegar la conectividad a internet de alta velocidad al 100% de la población, aprovechando el potencial de esta era en la que la información, se dice, es el petróleo del siglo XXI.

Estas son, en mi opinión, 3 cuestiones prioritarias que deben acometerse para avanzar como país. Ahora, de las musas al teatro.

Óscar Luengo. Jurista, licenciado en Derecho y ADE