Dicen los libros sagrados que «Dios creó el Mundo», pero no dicen nada de las fronteras. Estas, de cualquier tipo, fueron invento interesado de los hombres que adquirieron poder. Cuando surge un cataclismo de la Naturaleza esas fronteras no significan nada; al contrario, suelen ser obstáculos en el momento de querer solucionar el desastre. Una falla tectónica, un volcán, un virus, no saben de lados, ni de vertientes, ni de líneas provinciales.

Caspe, mi pueblo, conoce bien esto. Es de Aragón desde que Alfonso II el Casto la reconquistó; pero está en un cruce de demarcaciones históricas sucesivas; y eso fue, precisamente, lo que hizo que se escogiera su Castillo como sede del Compromiso.

Cuando estudié Geografía Humana me explicaron que «las comarcas eran las demarcaciones regionales que más se acercan a la realidad económica y social de un territorio». Mi abuelo Vicente, que era tratante, sabía bien qué era una comarca. Y no porque lo hubiese estudiado, como yo, sino porque era el territorio en el que se movía para sus tratos de compra y venta. Los caspolinos siempre nos hemos sentido del Bajo Aragón, y en el momento de oficializar ese término pretendieron algunos (y no lo consiguieron) crear una gran comarca con ese nombre que abarcase Caspe, Alcañiz, Andorra o La Puebla de Hijar. Surgieron rivalidades y envidias locales que lo hicieron imposible; y entonces es cuando se creó el término «Comarca Histórica», para así hacer posibles ciertos proyectos, sin ir más lejos el del periódico en que me está leyendo.

La creación de las provincias en 1833 colocaron a Caspe en Zaragoza y a Alcañiz en Teruel, rompiendo así aquel viejo Bajo Aragón de los libros de geografía, y creando lo que más tarde Miguel Caballú popularizó como «la raya».

Esa división provincial ha chocado, durante las restricciones del Estado de Alarma por la Covid 19, con lo que se legislaba desde Madrid basándose en las demarcaciones provinciales. Resulta que el Hospital más cercano a Caspe es el de Alcañiz, teniendo que traspasar los paciente de aquella zona «la raya» para recibir una rápida atención médica, lo que obligaba a los caspolinos, chipranescos, maellanos, fabaroles, nonaspinos y mazaleonenses a tener que solicitar un permiso del médico para atravesar «la raya».

Estos días, con el maldito rebrote surgido oficialmente la víspera de San Juan y que ha puesto a Caspe en los telediarios, las fronteras han vuelto a demostrar su inoperancia a la hora de frenar la transmisión de un virus.

Zaidin y Fraga (de Huesca) y Caspe o Chiprana (de Zaragoza) están tan cerca y comunicados que han dado lugar a un brote que, es muy posible, tenga el mismo origen.

El 25 de Febrero hubo un lector que ya me advirtió de que «a Caspe llegan para las labores de la fruta de hueso alrededor de mil temporeros, la mayoría de países que tienen que pasar por esas regiones (contagiadas) italianas». Este brote entre temporeros que viven en Caspe, estaba ya anunciado. De nada sirvieron las palabras que escribí entonces apelando a confiar en las autoridades sanitarias españolas «que supongo -decía yo- conocen y controlan esos flujos migratorios temporales». «Lo importante para todos -seguía escribiendo entonces y repito ahora- es evitar la transmisión». Que así sea. Pero, por si acaso: mascarilla, lavado de manos y distancia social.

Alejo Lorén