«Brother’s fire» o «Friend’s Fire» es el término con que las oficinas de prensa norteamericanas en Vietnam confesaban que se había producido un trágico error durante un combate y se había disparado contra los propios compañeros de filas. Es comprensible teniendo en cuenta la confusión, el ardor y el caos de la lucha e incluso en las incursiones aéreas cuyos objetivos eran confusos por la distancia y la velocidad del ataque. Las cifras conocidas años más tarde resultaban menos comprensibles: del 18 al 21% en la II Guerra Mundial, 39% en Vietnam y 49% en la Guerra del Golfo. Estamos hablando de víctimas causadas por soldados del mismo ejército.

Cedamos a la nada inocente costumbre de emplear términos bélicos para definir las acciones que tratan de frenar a la pandemia. En este caso no se trata de enardecer el «patriotismo bélico» en la «lucha» contra el Covid, sino de utilizar un término, «fuego amigo», que es casi un oxímoron, para advertir sobre la alarmante aceptación y disculpa a que los jóvenes se lancen alegremente al «carpe diem» en peñas, reuniones privadas y botellones. «Todos hemos sido jóvenes», se dice. Y es cierto. Pero es la primera vez en la historia de la Humanidad que se produce una pandemia de estas características. No hay fronteras de ningún tipo. Nuestra historia incluye la de los virus, bacterias y agentes patógenos que nos acompañan desde los inicios y nos acompañarán hasta el fin. La novedad es que un virus se convierta en un azote mundial. Aquí no vale disculpar a los jóvenes porque son jóvenes.

Jóvenes: esto es el «fuego amigo». Cada botellón, fiestas sin mascarillas y con contactos físicos, reuniones multitudinarias al amor de la música y la alegría de vivir, sexo y rock and roll, es un ejercicio aplazado de «fuego amigo». ¿Las víctimas? Otros amigos, hermanos, padres, abuelos, vecinos. Todo gracias a mensajeros del virus, seguramente asintomáticos: son jóvenes y tienen las defensas a tope; algunos caen y la mayoría no. Aunque junto a esa mayoría «sana», indemne, viven otras personas. Y esos serán las víctimas del «fuego amigo». No es una hipótesis de trabajo, es una realidad que está ocurriendo. Pensemos un poco. ¿Vale la pena? Nadie habla de represión, ni de autoritarismos, ni de multas o encierros…hablamos de sentido común y de solidaridad. ¿No ha servido de nada la lección de vulnerabilidad e indefensión que nos han dado, juntos, el virus y la incapacidad, ineficacia y torpeza de las mayoría de los Gobiernos para afrontarlo?

Alberto Díaz Rueda