Hemos sufrido un verano especialmente virulento con los incendios forestales. Nos acercamos a las 200.000 hectáreas ardidas en España; haciendo una comparativa territorial, como si se hubieran pegado fuego todos los términos municipales del Matarraña y el Maestrazgo.

Se ha hablado ya mucho del diagnóstico, las causas y las consecuencias. Aunque los análisis «en caliente» no suelen ser los más certeros, los incendios han sido los protagonistas de los medios de comunicación este verano, porque ver perder tal cantidad de patrimonio natural y territorio en pocas horas, llama la atención de cualquiera que tenga una mínima sensibilidad por el paisaje y los entornos rurales. Todos tenemos grabada en nuestra memoria la catástrofe de la Sierra de la Culebra en Zamora, o las imágenes del municipio de Moros en el incendio de Ateca.

Lo cierto es que las condiciones climáticas, evidentemente, influyen en la propagación y desarrollo de grandes incendios forestales. Tener un operativo de extinción adecuado con unas condiciones laborales dignas, también ayuda a intentar sofocarlos, así como respetar y cumplir las indicaciones que plantean las administraciones ante determinadas actividades que se desarrollan en el monte en fechas con alto riesgo de incendios, para evitar imprudencias y accidentes. Si a ello se une la falta de gestión activa de nuestros bosques, motivada por el abandono de las actividades tradicionales como la ganadería extensiva («matorralización» y fin del paisaje mosaico), la despoblación de nuestros pueblos y la renuncia «por motivos de mercado» a usar la madera como material de construcción y como fuente de energía para calefacción, nos encontramos con «la tormenta perfecta». Los servicios ambientales que prestan los bosques a la sociedad son lo suficientemente importantes como para que velemos por su supervivencia y afrontemos este grave problema.

Porque los bosques no son jardines, pero debemos buscar adaptarlos al cambio climático para hacerlos más resilientes, es decir, resistentes a los cambios, si queremos minimizar los grandes incendios forestales. En definitiva, la mejor herramienta contra los incendios es que los pueblos estén vivos y dejemos de dar la espalda al monte en el día a día, para volver a confiar en él como fuente de recursos y oportunidades. Que se lo expliquen a los vecinos de pueblos de Soria, Navarra o tantas otras zonas de la Península Iberica. El monte bien gestionado es un recurso que genera riqueza y apego, por lo que un monte utilizado y aprovechado por sus vecinos despierta mayor interés para su cuidado y protección, reduciendo las posibilidades de grandes incendios. ¿Acaso no vamos todos a la peluquería de vez en cuando para cortarnos el pelo? Pues esto vendría a ser más o menos lo mismo.

El gran reto es conseguir volver a recuperar las actividades de manejo del monte que se desarrollaban hace décadas, adaptándolas a las necesidades, modelos de trabajo y tecnología actuales, para extraer recursos que favorezcan la propia conservación de la masa forestal y generen rendimientos económicos añadidos. De igual manera es necesario respetar al propio espacio forestal, manteniendo sus funciones y sus valores, demostrando de esta manera que la protección no debe estar reñida con la gestión.

Si fuera tan fácil ya estaría desarrollándose, por ello es muy importante acertar con la escala, los objetivos y el modelo de actuación, para que una oportunidad de preservar nuestros bosques con actividades sostenibles no se acabe convirtiendo en otra vuelta de tuerca al extractivismo especulador a gran escala en el que parece que se encuentra instalada la economía global. Hay que apostar por modelos de economía social que trabajen con una perspectiva de suministro local, generando redes y confianza entre propietarios, usuarios y las personas que se dediquen a desarrollar estos trabajos. Reactivar y generar nuevas sociedades de montes, apostar por redes de calor municipales y comunitarias que aprovechen la extracción cuidadosa y meticulosa desarrollada en los montes locales… Ese debería ser el camino.

Chema Salvador. Secretario Territorial de Chunta Aragonesista en las comarcas turolenses.