Toda profesión requiere una formación académica y/o práctica. Para tener el título de historiador o similar hace falta pasar por unos estudios universitarios impartidos por reconocidos profesionales del mundo de la docencia y la investigación, también se requiere o debiera requerirse una práctica investigadora, el rigor procedimental y el conocimiento de determinados métodos de trabajo que indefectiblemente obligarían a la consulta directa de las fuentes primarias.

Hace casi dos décadas, la comarca del Matarraña se convirtió en polo de atracción de pseudohistoriadores, novelistas y embaucadores dotados de buena oratoria y en muchos casos, buena prosa, además de buenísimos contactos y repetida presencia televisiva, pero con un exiguo conocimiento del territorio, basado en la lectura o en la simple consulta de más o menos afortunadas guías del viajero. Llegaron y embaucaron con libros de títulos rimbombantes, heterodoxismo a ultranza, imaginación exuberante y revelacionismo mesiánico. Supieron y saben captar las necesidades espirituales de sus lectores y comenzaron a vender sus obras con el beneplácito de algunos libreros que vieron en ellas una importante fuente de ingresos. Sus propuestas revisionistas, basadas únicamente en criterios especulativos, lugares comunes de templarios, cátaros, druidas y masones, repetición mántrica de conspiraciones ortodoxas y de engaño generalizado, tuvieron un éxito desmesurado hasta acabar por establecer una pseudohistoria paralela de mayor éxito que la aburridísima historia real. No me refiero a esa historia de reyes, tratados, conspiraciones políticas y guerras. Hablo de esa otra, la de verdad, la que cuenta la vida diaria de la gente, las penurias para sacar adelante una familia rota una y mil veces por una exagerada mortalidad infantil, la opresión insaciable de las clases poderosas, las exacciones fiscales, la cortísima esperanza de vida, la productividad fluctuante, el malvivir y malmorir de muchos, la cotidianidad en definitiva. Pero los embaucadores han seguido creciendo al amparo de la novela histórica, es decir, de la literatura que retuerce la historia y con un calzador la ahorma al gusto del consumidor hasta confundir la realidad con la ficción.

Manuel Siurana