En silencio, sin previo aviso, se van apagando las voces de una parte de nuestra historia reciente. Son los testigos de aquel bombardeo que asedió Alcañiz en el 38 y arrasó con las vidas de cientos de alcañizanos y allegados en aquel momento a la ciudad. Fue un bombardeo que cambió definitivamente el curso vital de sus supervivientes. Entre ellos el de Antonio Bernús, que con tan solo cinco años comenzó su exilio, primero a Barcelona, luego a Francia para terminar afincándose en México y después en Estados Unidos. Brownsville, la ciudad que ayer recibió su último suspiro, llora su pérdida. La de un hombre recto, que nació en tiempos convulsos, que vivió una niñez en guerra y varias huidas durante su adolescencia. Un joven que viajó a México con dieciséis años para reencontrarse con su padre ocho años después de su última despedida tras una alambrada.

Es la historia de los últimos testigos de aquel horror que hemos ocultado en nuestros armarios durante décadas. Como lo es la de mi tía Elena Bardavío, que falleció el último otoño en Barcelona y también había sido testigo directo del bombardeo. Antonio y Elena, los dos sentían un profundo amor por Alcañiz a pesar de que ambos se vieron separados de su raigambre a temprana edad. Hoy, nuestra heroica ciudad que tanto ha vivido y representado en la historia, como vino a recordar el periodista Gervasio Sánchez en su reciente pregón de las fiestas patronales, hace un alto en el camino para homenajear a todas aquellas personas que sufrieron el cruento desgarro de una guerra, cuyas consecuencias han sido algodonadas en el olvido. Hagamos un silencio, una respiración consciente por Antonio, el tío Antonio Bernús, que tanto amó y añoró la tierra que le vio nacer.

Pilar Estevan Serrano

Antonio Bernús./ Pilar Estevan