Hace dos semanas y durante unas horas las RRSS ardieron a cuenta del cierre del patio de armas del castillo de Valderrobres. Dos personas sin arraigo en el pueblo lanzaron una errónea y desinformada campaña de recogida de firmas en la que confundían a REPAVALDE con la Fundación Valderrobres Patrimonial. En un primer momento se suscitaron comentarios de todo tipo y también injurias graves e insultos. Los sucesivos comunicados de la Fundación y mío propio sirvieron para que, a través de todos los medios, llegara una oleada de disculpas y apoyos de los valderrobrenses a la decisión tomada y a la labor de la Fundación.

La recogida de firmas se realizó a través de change.org y a día de hoy han contabilizado 246 apoyos, casi todos de gente sin relación ni arraigo en la localidad. Lo bueno del caso es que una de las firmas es la de mi madre con los apellidos intercambiados que, a pesar de haber fallecido hace cinco años, pudo votar el día 30 de julio a las 16:40, usando un correo inventado. Poco hemos avanzado cuando, como a finales del siglo XIX, los muertos también votan, lo que invalida absolutamente ese método de votación en el que no se comprueba la identidad de los votantes, que además pueden figurar como anónimos o aparecer bajo pseudónimo. ¡Cómo contrastan esas 246 firmas, con las 7.154 firmas reales y con DNI que REPAVALDE recogió en 2004 y en menos de un mes para pedir la reconstrucción de la iglesia! Además hubo, como así nos lo han hecho saber, algunos valderrobrenses que votaron confundidos y luego no han podido eliminar su firma.
Otra cosa fueron los comentarios, tanto en Facebook, como en Change.org, de gente que no conocemos ni nos conocen. Han proliferado los insultos, como «capullos», «gilipollas», «imbéciles»…, y las insinuaciones de beneficio económico y genéricas sospechas sin fundamento alguno, con la única voluntad de sembrar discordia y apuntarse a la moda de acusar. Tal vez todos, incluidos los periódicos, como La Comarca y los administradores de los grupos de Facebook, deberían poner coto a los comentarios de la gente que no está dispuesta a dar la cara o se esconde bajo pseudónimos, porque los columnistas que aquí escribimos sí que nos identificamos con nombre y apellidos.

Manuel Siurana