En la época de mis abuelos hubiera sido imposible imaginar que las generaciones posteriores concebirían la maternidad y la paternidad como una tarea compartida con el sistema educativo. Pero llegó un momento en el que llegó otra generación de familias en la que ambos tutores legales debían trabajar y se veían obligados a dejar a sus hijos e hijas en espacios donde alguien ajeno a la familia, generalmente una mujer, los «cuidaba» y «guardaba». Ahora esos espacios han evolucionado y se han convertido en complejos centros educativos donde los niños y niñas se forman y desarrollan de forma integral conviviendo con sus iguales.

Distintos expertos apuntan a que es en el tiempo de la educación infantil cuando el cerebro se desarrolla rápidamente y construye las bases de las habilidades cognitivas y de conducta necesarias para alcanzar el éxito en la escuela, la salud, la profesión y la vida. Incluso podemos confirmar que la mayor parte de los niños y niñas con necesidades específicas de apoyo educativo se detectan en estos centros y gracias a su diagnóstico temprano pueden ser atendidos desde los primeros años de vida.

Afortunadamente, tenemos la suerte de vivir en un país que cuenta con grandes profesionales en el primer ciclo de Educación Infantil. Ya no solo se ocupan de «aguantar» a los niños y niñas durante el tiempo en que no pueden estar con sus padres y madres, sino que han sido preparados y preparadas para sacar el mayor potencial de esos pequeños y pequeñas menores de tres años que, así lo dicta la evolución, forjarán el futuro. Eso sí, para que el trabajo de estos profesionales sea completo, necesitan recursos.

Yo tengo muy claro que las instituciones públicas deben apostar por la Educación Infantil, más específicamente por los retos que se nos plantean alrededor del primer ciclo. Así lo está haciendo desde este año la Diputación Provincial de Teruel, con una nueva línea de ayudas dirigida a mejorar las infraestructuras de las escuelas de Educación Infantil por un importe total de 100.000€.

Además de la importancia que tienen en sí mismas por los motivos desarrollados en los párrafos anteriores, hay muchas más razones por las que estoy convencida de que las escuelas de Educación Infantil ayudan a desarrollar nuestro territorio y mejoran nuestra calidad de vida como ciudadanos.

En primer lugar, porque no existe mejor medicina contra la desigualdad social y económica que apostar por una educación pública a la que puedan acceder todas y cada una de las familias de nuestra provincia.

Por otro lado, como ya he señalado anteriormente, se trata de un espacio educativo que mejora el desarrollo integral de todos los alumnos y alumnas inscritas. En este tipo de centros de educación no obligatoria no solo se trabajan conceptos, también rutinas y hábitos, algo imprescindible para adaptarnos al entorno social. Y quiero poner el acento en nuestro entorno social, el mundo rural y todo lo que supone.

Está claro que, además de un espacio educativo, la Escuela Infantil es la mejor herramienta para poder lograr una conciliación familiar. Permitiendo que en la mayor parte de los casos, las mujeres que son las que históricamente han permanecido en sus hogares para hacerse cargo del cuidado de sus hijos e hijas, ahora mismo puedan incorporarse al mercado laboral.

Por último, cabe reseñar la relevancia que presentan las escuelas de Educación Infantil para el desarrollo del medio rural turolense. Una de las medidas que siempre ha sido partícipe en los debates contra la despoblación es la oferta de servicios en este ámbito. No cabe duda que los pueblos donde existe una escuela de Educación Infantil abierta, cuentan con familias jóvenes que han decidido quedarse a vivir allí, que puede convertirse en el recurso atractivo que atraiga a nuevos pobladores o, incluso, incitar a todas aquellas familias que se fueron para que vuelvan a ocupar nuestras calles.

Atendiendo a estas razones, y más ahora que tras el cierre temporal de estos centros durante el estado de alarma muchas familias se han concienciado sobre la gran labor que se desempeña en los mismos, debería ser imprescindible que dejemos de mal llamarlas «guarderías» y les demos el valor que tienen y que en pocas ocasiones se les ha reconocido.

Es esencial, por tanto, que incrementemos nuestros esfuerzos para que nuestro futuro, nuestros niños y niñas, crezcan en igualdad de oportunidades y vivan en una sociedad que se implica con ellos y ellas. No basta con preocuparnos por ellas y ellos cuando son ya adolescentes, sino que desde las primeras etapas educativas debemos apostar por que lleguen a alcanzar su máximo potencial. Y me alegra decir que la Diputación Provincial de Teruel, desde el departamento que dirijo y atendiendo a nuestras competencias, ya está en ello.

Susana Traver Diputada delegada de Educación, Bienestar Social e Igualdad de la Diputación de Teruel