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Hubo un tiempo en el que la amenaza nuclear la tomábamos muy en serio. En los años de la Guerra Fría y la estrategia de la Destrucción Mutua Asegurada, la amenaza nuclear mantenía a la población europea alerta y en constante protesta. Hoy la amenaza sigue viva, esta vez de la mano de la tensión entre Irán y Estados Unidos.

El gobierno de Trump se retiró del Acuerdo al que Obama había llegado con Irán sobre el control de producción de uranio, material necesario para las armas nucleares. En respuesta, en mayo 2019, el presidente Rouhani dijo que Irán seguiría produciendo Uranio enriquecido, aunque excediera los límites del Acuerdo. El fondo del problema radica en la capacidad de doble uso del Uranio: según su grado de enriquecimiento (menor o mayor proporción de Uranio 235) puede usarse para producir electricidad o para fabricar armas nucleares. El control de este proceso está a cargo del Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA), que confirma que Irán ha cumplido sus compromisos nucleares con el Acuerdo integral firmado; pese a lo cual, Trump ha incrementado su retórica contra Irán, lanzándole agresivas amenazas militares. Los senadores de EEUU, Richard Durbin y Tom Udall han advertido que su gobierno no trata de evitar la proliferación de armas nucleares sino construir un caso que justifique la acción militar contra Irán. Todo nos recuerda lo que sucedió en Irak: la afirmación -que se demostró falsa- de que el país tenía armas de destrucción masiva llevó a una guerra en la región cuyas nefastas consecuencias todavía duran.

No se puede jugar a abandonar los acuerdos y amenazar cuando están en juego las armas nucleares. Hace unos meses, el Papa Francisco convocó en Roma una Conferencia Internacional sobre «Perspectivas para un mundo libre de armas nucleares y un desarme integral» a la que tuve el honor de asistir. Allí dijo: «… si consideramos las catastróficas consecuencias humanitarias y ambientales que se derivan de cualquier uso de las armas nucleares (…) (y) el riesgo de una detonación accidental de tales armas por un error de cualquier tipo, se debe condenar con firmeza la amenaza de su uso, así como su posesión, precisamente porque su existencia es funcional a una lógica del miedo que no tiene que ver solo con las partes en conflicto, sino con todo el género humano.»