Llega el día en el que el desmantelamiento de la térmica parece hacerse más real que nunca, dejando inevitablemente en el pasado los años del sector minero eléctrico de Andorra. Echando la vista atrás, sorprende cómo la naturalidad, que parecía incluso frialdad, con la que hablábamos del derribo de las torres, se ha convertido ahora en un nudo en el estómago.

En una familia de Andorra nos encontramos con los padres, que vieron cómo se levantó la Central y que han vivido los años más prósperos, así como su declive; con los hijos (mi generación), para quienes la Central ha sido parte de toda su vida; y con los nietos que, en general, ya no la tendrán presente. A diferencia de estos últimos, que son el futuro de Andorra, padres e hijos siempre recordarán la silueta de esa majestuosa chimenea protegida por sus poderosas torres. Por eso, hoy 13 mayo, la mayoría de los vecinos de Andorra tenemos un vínculo sentimental, emocional, de arraigo e identitario con la Central Térmica Teruel, unido a un gen propio de Andorra: el de la reivindicación. Si no ha habido contestación social de la gente de aquí por su derribo no ha sido por indiferencia, sino por la consciencia de la situación en la que nos encontramos y el hecho de saber que el desarrollo no provendría de esa estructura ya no productiva. Una palabra define lo que hemos tenido que confrontar y es futuro en y para Andorra, aún con todos los sentimientos y emociones.

Podría decirse que es rabia lo que sientes al ver cómo personas con responsabilidades, que muchas de ellas al oír Andorra por primera vez no pensaron sino en una calle llena de tiendas, cogen ahora la bandera del patrimonio, la de la ruina (que supone) o la del sentimiento. Estos son quienes lanzan propuestas insostenibles y de ficción, que confunden «Torres Eiffels», perdón chimeneas, con torres de refrigeración, que es lo que se derriba. Afirmo que aquellos que vienen con una mochila de crispación ahora, sin haber venido estos años con una sola propuesta, don lo mismo. El populismo, que centra su acción en las dificultades y necesidades de los territorios, no solo carece de ideologías, sino también de empatía y sensibilidad. Tampoco entiendo, por otra parte, el show en el que se ha convertido la voladura de una infraestructura que llenó de beneficios a una empresa y trajo progreso y desarrollo económico a toda una provincia.

Andorra de Teruel no está abandonada, ni vaciada, ni olvidada. Es la Andorra de las oportunidades. Pero para eso hay que remangarse y trabajar. No vale el aparentar.

Antonio Amador PSOE Andorra