En el momento de escribir estas líneas es de noche. La noche de un día previo a una jornada supuestamente laboral para algunos. Voy a confesarles una cosa: a veces, alguna que otra noche de domingo, previa a un día de trabajo, he escuchado alguna emisora de radio, de ésas perdidas, que casi nadie escucha. Que apenas tienen audiencia. Y resulta algo mágico oír las ondas en el silencio de la noche. Cuando se supone que nadie o casi nadie está ahí. Da igual el tema que sea. Uno se siente un privilegiado por poder compartir algo con alguien, aunque sólo sea la parte que escucha. Como miembro de un selecto y discreto club de convidados a un festín de palabras, y sobre todo de complicidad, por ignorada que sea.

Lejos quedan, aunque estén cerca, otros problemas más terrenos y prosaicos. Lejos quedan las complicadas relaciones sociales en las que, lejos de lo que pueda parecer, a veces no nos desenvolvemos tan bien pese a los años de experiencia y trato con la gente. O precisamente por eso.

Sin embargo hoy quería tratar uno de los temas de actualidad, al margen de fases y de virus. La educación. Y las becas. Y todo lo que conlleva el hecho mismo de gestionar las enseñanzas y los aprendizajes.

Dicen que ahora el único criterio para dar o no una beca a los estudiantes es de forma exclusiva la situación económica de los solicitantes, y sus familias, se sobreentiende. Da igual si el alumno se esfuerza o no. Poco importan las noches de desvelo y las albas en blanco, valga la redundancia. Ni las privaciones de las que algunos hemos sido expertos y que son en ocasiones el único camino a la mejora y al auténtico aprendizaje. No cuenta la capacidad de superación, ni tampoco es relevante la calificación obtenida tras superar unos exámenes. Da igual que alguien se prive de todo por aprender, por ser mejor en lo suyo, por sacar una nota más alta. Por dar más de sí a los demás, porque en definitiva se trata de eso. De ser mejores para mejorar al resto…

Verán, no digo que las becas no deban apoyar a los estudiantes con pocos recursos económicos. Todo lo contrario. Ése es el objetivo: que la educación se extienda a todo el mundo. Pero a todo el mundo con talento y capacidad de esforzarse por mejorar en su futura profesión. Se olvida el detalle más esencial, el que marca la diferencia: Que se premie también al más capaz, a quien es capaz de privarse de todo para alcanzar un objetivo. A los más brillantes, vengan de donde vengan y tengan la situación económica que tengan.

Si premiamos la mediocridad, aquéllos que quieran ir más lejos en sus disciplinas, los mejores en sus respectivos campos, marchitarán antes de florecer. Y la ciencia, la ingeniería, y todos los campos del saber irán en franco declive, y con ello el país y nuestra sociedad, pues no hay progreso sin esfuerzo ni superación continua. Se me quedan cortas las palabras para definir el atentado que se está perpetrando contra nuestra gente adoptando medidas como éstas que sólo quieren propagar un estado de ignorancia, manipulabilidad y estupidez subvencionada. No hay que dar el pez, sino enseñar a pescarlo, como escuché una vez en el colegio cuando tenía trece años.

Hablando hace poco con mis padres, apuntaban con esa sensatez que da el tiempo, que uno de los fallos capitales de los sucesivos sistemas educativos que hemos sufrido es el hecho de no orientar a los jóvenes hacia aquellas materias en las que son realmente buenos para conseguir gente brillante y motivada. Tienen toda la razón. Y es que no podemos pretender que la carpa trepe con el árbol con la habilidad del mono ardilla, ni que el mono ardilla bucee con la fluidez de la carpa. Cada uno es bueno en su medio, y ahí es donde hay que trabajar. Lo contrario es perder el tiempo. Y el dinero.

Si sumado a esto, los gobernantes de turno, no buscan que cada uno de sus compatriotas dé lo mejor de sí y saque todo el potencial que puede ser bueno para su país y sus paisanos con medidas como ésta de las becas, la conclusión es que a lo que estamos asistiendo es a la privación y castración sistemática de toda fuente de talento susceptible de mejorar nuestras condiciones vitales y nuestro progreso y desarrollo como ciudadanos y como personas y que los intereses de los gobiernos actuales y precedentes son bastante más oscuros y suicidas de lo que pensábamos.

Piensen en ello, como seguramente ya lo habían hecho antes. Y si en nuestro encuentro semanal se sienten parte de un selecto club, como yo al escuchar aquella perdida emisora de radio, habrán logrado sacarme una sonrisa. Feliz semana, y a más ver, amigos.

Álvaro Clavero