El pasado mes de octubre en Zaragoza se redactó el Manifiesto Pilar sin folk rechazando la eliminación del espacio para la música de tradición popular que no fuera la jota, la cual, disfrutan también en otros lugares de la península como en Navarra o La Rioja o la mismísima Galicia, en donde la denominan Xota y que Saura, en su documental bajo el mismo nombre, nos reflejó.

El texto presentó apoyos de un número considerable de collas o cobllas de mosica, también del Bajo Aragón. Pero fuera de lo anecdótico, dicha eliminación, con conocimiento o sin él, supuso un intento más de marginar esa diversidad denostada por corrientes identitarias propias del siglo xix, las cuales, buscaban una uniformidad artificial para crearse una diferenciación y autoestima social.

Desde el ámbito cultural lo debemos de tener en cuenta. De hecho, a poco de conocimiento que tengamos de música tradicional en Aragón, sabremos que en nuestra tierra existe una gran variedad de instrumentos, bailes y canciones y esto nos enriquece de una forma global. De hecho, un reciente estudio con carbono 14 dirigido por el prestigioso investigador, profesor y luthier, Pablo Carpintero, ha permitido vincular, a uno de estos instrumentos, al bot aragonés o a la gaita de boto aragonesa, que no dolsaina, la otra gaita aragonesa, a una antigüedad mayor nunca imaginada, sobre todo, para quienes todavía siguen idealizando el pasado como algo homogéneo e idílico.

Este instrumento, que sintió su resurgir a principios de los 80, es un claro ejemplo de elemento cultural que, además, por su impulso democrático o popular de quienes la hacen sonar, ha recibido diversas denominaciones propias, sin que ningún supuesto erudito finalmente haya podido imponer su denominación foránea o alienígena; y a pesar del gran desconocimiento que, durante siglos, muchos la hayan considerado como gaita zamorana o gallega, sobre todo, por su sonoridad. Y eso que el supuesto erudito podría también haber alegado documentos al azar e incluso negado esa denominación alegando que gaita es algo peyorativo (tocar la gaita) e incluso de otros lugares. Sabemos que en Venezuela la gaita es un género musical.

Aunque, para este instrumento, todo podría haber cambiado, si un intento de apropiación en los años 70 hubiera triunfado. De hecho, en uno de los trabajos del Conservatorio Occitano de Toulouse, ya la habían denominado como gaita de los Pirineos centrales.

Y es que, al igual que la expresión musical propia no es única (en Aragón y en muchos lugares del planeta), la expresión lingüística tampoco. Por lo tanto, se debería reconsiderar que las modalidades lingüísticas en el Aragón oriental deben ser respetadas desde su denominación. Los hablantes deben ser reconocidos. De ahí que se deban aceptar las denominaciones de aragonés oriental, en sus dos variantes: la ribagorzana y la bajoaragonesa, también denominada como chapurriau. Como se hace en muchos lugares. Sin ir más lejos, en Valencia.

Por otro lado, si se desea conservar las peculiaridades del Aragón oriental, es estéril hablar de catalán de Aragón. No existe, ni existirá. Se debe auspiciar un consenso, no como en el caso del aragonés que exige mayor urgencia, para partir desde el benasqués intentando conciliar el máximo número de elementos lingüísticos propios rechazando sin tapujos cualquier intento de apropiación.

Pablo Pintado. Máster en Gestión de Patrimonio Cultural por la Universidad de Zaragoza.  El mundo del chapurriau