Nos pasamos la vida construyendo nuestra identidad, tratando de definir quiénes somos, saber hacia dónde vamos, en lo personal y en lo colectivo. Nuestra historia, nuestro pasado, nuestra lengua, con todos sus errores y aciertos, nuestros recuerdos más dolorosos y también los de mayores alegrías, nos van definiendo. Cuando creemos haber encontrado algunas de esas respuestas más importantes, nuestras neuronas, agotadas, deciden ponerse en huelga, durmiendo y muriendo en aquellos de nuestros rincones cerebrales más preciados. A veces a una no le extraña que quieran irse al fin a descansar, hartas de escuchar tantas estupideces. La batalla contra la pérdida de la memoria y la identidad es la más urgente. Si no la combatimos, la demencia lo invadirá todo. Pienso en esto en el Día Mundial del Alzheimer, 21 de septiembre, mientras escucho con agotamiento el cansino debate sobre los pinganillos en el Congreso. El fondo no es un examen a nuestra identidad, local y nacional, sino un barullo politizado y mal entendido, convertido en guirigai mitinero en el que el volumen de tonterías obliga a desenchufarse hasta la neurona más paciente.
Apenas hubo ayer, sin embargo, miradas puestas en el día a día de los familiares y enfermos de alzhéimer. Son casi mil pacientes en nuestro territorio, con multiplicadores familiares y amigos, que convierten los efectos de esta maldita enfermedad en una de las mayores agonías de nuestras gentes, una muerte lenta de nuestra identidad a la que en silencio se enfrentan en el día a día sin apenas recursos quienes lo sufren. Las ayudas llegan tarde, cuando los pacientes han fallecido ya incluso, y los apoyos psicológicos brillan por su ausencia. Las asociaciones como Afedacc, Afedaba o Adaba, en nuestros pueblos bajoaragoneses, realizan una labor encomiable para una población envejecida, a la que casi nadie mira hasta que algo empieza a fallar y uno no sabe dónde acudir.
Un olvido recurrente que deja de ser un mero despiste, una palabra que no llega, una calle del casco histórico en la que te pierdes… Empiezas a dejar notas por todas partes para no fallar, pero ni con eso puedes llenar los vacíos… hasta que llega el diagnóstico y todo se encamina hacia un final cruel e inhumano que te lleva al abismo de la involución sin importar quién hayas sido, arrastrando la salud de tus familiares y cuidadores, casi siempre mujeres.
El alzhéimer de nuestra cultura es que perdamos la capacidad de mirar a lo que realmente importa, a quienes tenemos alrededor. El ruido, tan ensordecedor y rápido, de la actualidad, las pantallas, las redes sociales, nos quiere arrebatar nuestra capacidad humana esencial, empática, de ponernos en el lugar del otro. Hay ciudades como Mánchester en las que desde hace dos años caminan por un carril lento creado para leer el teléfono móvil.
La portada de La Comarca digital este jueves, día contra esta desmemoria, eran los rostros del alzhéimer en nuestros pueblos por mil razones, la principal es que si nos perdemos algún día, alguien siempre siga sabiendo reconocernos para acompañarnos a casa.
Eva Defior. Sexto Sentido
Entrañable, Eva, y tan certero que duele
Qué importante todo lo que dices, Eva. Hasta la frase final, que contiene una esperanza tan necesaria como preocupante.