Ya es segura la desaparición de las energías fósiles para ser sustituidas por otras energías limpias. Los fondos europeos priorizan ese destino. Ante esta oportunidad de negocio, las empresas de energías renovables se están comportando como los buscadores de oro del s. XIX, los gambusinos en la llamada «fiebre del oro» en California.  Copar el pastel, que previsiblemente dejará el petróleo, es su meta y para lograrlo son capaces de arrasar con todo, como todo buscador de fortuna que se precie.

Cuando comenzó la fiebre del oro, California era, en la práctica, un lugar sin ley. Sin propiedad privada, ni impuestos que pagar: todo eran ventajas. De la misma forma, las empresas de energías renovables se benefician de un mal llamado «interés general» o «interés autonómico» y de ayudas europeas.

Y, sin embargo, no se ha preparado una nueva normativa que organice, regule, armonice y priorice su instalación, con respeto sobre lo existente, es decir, nuestro patrimonio natural, ambiental, cultural y paisajístico, y sobre nuestras actividades tradicionales: turismo rural, ganadería extensiva, apicultura, micología o agricultura, de forma que, con la excusa de implantar una energía «verde», nos podemos cargar todo lo verde, natural y tradicional que existe ahora en el territorio.

Mientras se persigue la eliminación del CO2, contaminamos lo puro, lo virgen, lo que hoy apreciamos, y convertimos los pueblos más bonitos de España en fuentes de generación eléctrica para limpiar de polución las grandes ciudades. Y lo que es más grave: sin retribuir como se merece al territorio que contribuye a la generación eléctrica y sufre sus perjuicios. No llega a un 3-4% entre propietarios de terrenos e impuestos a ayuntamientos.

Recientemente la colocación de unos simples tulipanes en el Parque José Antonio Labordeta despertó el entusiasmo de muchos zaragozanos. ¿Qué dirían esos mismos, si en su lugar se instalaran varios aerogeneradores de 200 metros de altura, que es el doble que el «Pirulí» de la Avda. Gómez Laguna o que las Torres de El Pilar?

Para un pueblo, su monte es su parque, su entorno, un valor y tiene todo el derecho a cuidarlo y mimarlo como se hace en las ciudades.

Las formas utilizadas también son muy parecidas a las del lejano Oeste. Contratos secretos, información escasa y utilización de la figura de «El conseguidor» para aligerar las tramitaciones administrativas medioambientales. El buscador de oro oculta al propietario de la tierra que en su terreno hay una mina de oro mientras las empresas ocultan los verdaderos beneficios de la generación eléctrica y valoran los terrenos de los municipios por su valor agrícola, negociando uno por uno, en lugar de repartir el beneficio de la generación eléctrica en el territorio, como hace el resto de Europa (15%).

Pero lo peor de toda esta situación, de esta auténtica invasión colonial del medio rural, es que está minando la convivencia de los vecinos de los pueblos: entre los que esperan un beneficio y los que ven los perjuicios sobre su forma de vida, trabajo o su entorno.

La España vaciada parece que ni pintada para llenarla de molinos y placas, con ayuntamientos pequeños y pobres, infrafinanciados y faltos de asesoramiento económico-legal, con una población envejecida, con escasa actividad económica, a lo que se unen fondos europeos para la transición ecológica, fondos buitre, leyes regulatorias en tramitación y una pandemia que agudiza la búsqueda de un negocio muy lucrativo. Todos los astros del universo parece que confluyen para que siga creciendo el centro y la periferia de España a costa de la España despoblada.

La tramitación de la futura Ley del Clima podría haber parado estos desmanes, pero parece seguro que lo hará tarde; exactamente igual que sucedió en el lejano Oeste: confinando a sus pobladores en reservas. Esperemos no acabar como ellos. 

Renovables, Sí, pero así, NO.

Francisco Javier Juárez Gracia – Portavoz del Movimiento Ciudadano «Teruel Existe»