Terminamos 2020 con el corazón invadido por la ilusión y la esperanza de las vacunas. La emoción no nos cabía en el pecho al ver a nuestros mayores, sobre todo los centenarios, vacunados en el sector hospitalario de Alcañiz, que fue el que más vacunas inoculó el día 30 en todo Aragón. Todos veíamos ya a nuestros seres queridos más longevos a las puertas de la cura y dormimos esa noche en paz. Ese simbolismo, esas fotos históricas, fueron un espejismo que se esfumó el 31 de diciembre, el mismo día en el que nos permitían reunirnos de diez en diez, fuesen nuestros compañeros de las uvas los mismos o no con los que habíamos disfrutado la Navidad. Esa mezcla de ocho días de movilidad abierta nos trae una larga resaca. Argumentos peregrinos de todo tipo, contra criterio médico y científico, han servido para que estos «días especiales» llenos de «festivos» nos hayan situado en un punto de transmisión tremendamente preocupante. El camino de los contagios debía ir en paralelo al de la vacuna, pero el virus no compite con la ciencia sino con la burocracia, el sistema y la política.

Los médicos están pidiendo que se vacune 24 horas todos los días de la semana. ¿Quién puede entender que las vacunas hayan estado siete días en los congeladores paradas? Tras un duro año de pandemia, restricciones, muertes, enfermedad, dolor y cierre económico es absolutamente incomprensible que no estén todos los sanitarios disponibles inyectando vacunas lo más rápido posible; movilizando al ejército incluso si hace falta como pedía ayer el colegio de médicos. Algunos centros de salud como el de Andorra, temiendo un colapso por la nieve, vacunaron este miércoles, festivo de Reyes. Es un claro ejemplo de que sí se pueden hacer las cosas bien con voluntad, saltándose, eso sí, la norma común establecida. En este municipio, que fue el primero en sufrir un confinamiento perimetral en septiembre, las autoridades sanitarias ya alertaron ayer de la que se avecina: numerosos contagiados que no están notificando síntomas ni contactos.
Pese a que estaba escrito y sabíamos que iba a llegar esta cuarta gran ola, la falta de valentía ha podido con los gobiernos, que no se han atrevido a restringir las reuniones navideñas a los convivientes. Aunque la mayoría respeta las normas, ese porcentaje del 15 o 20% de incumplidores va a lastrar la salud y la economía de los próximos dos meses. Los aviones siguen llegando a España desde Reino Unido con una cepa que ya se extiende sin control (también en Aragón) y ha contagiado a uno de cada cincuenta británicos. Y, mientras allí se cierran las escuelas, aquí Educación permite retomar la presencialidad en los institutos. Afortunadamente algunos han rectificado ya la propia decisión de DGA. Y ahí está China… que no se habla de otra cosa porque tomaron durísimas medidas y se mantienen permitiendo sobrevivir a la población y la economía. Tampoco se sabe nada acerca de cuánto tiempo se extenderán los ERTEs, lo que está impidiendo a la mayoría de las empresas de la zona planificar un año en el que todas las esperanzas están puestas en el verano y la inmunidad de grupo.  

Se dice que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra… y tres… y cuatro. Pasaremos a la Historia por ponerle una alfombra roja al coronavirus. Hay quien tiene la esperanza puesta en que caiga una buena nevada y confine a la población unos cuantos días. Hasta dónde hemos llegado… Filomena se llama la borrasca. Gloria nos dejó un mal recuerdo en 2020, no se puede desear nada semejante, pero quién sabe si Filomena es más amable, como en los versos de amor de la obra de Lope de Vega que lleva el mismo nombre («La Filomena»): «No despreciéis de Filomena el llanto… que mal podrá mi voz, mi humilde acento, hablar del Sol que en vuestro Cielo mira»

Eva Defior