Nos llaman la generación perdida. Somos los jóvenes más formados y, sin embargo, no tenemos empleo. Forzados a emigrar en busca de unas condiciones dignas, nos dicen que viviremos peor que nuestros padres.

Y es que, dicen demasiadas cosas, y todas ellas son ciertas. Si, es verdad que encadenando contratos temporales, no resulta fácil saber qué es lo que haremos el año que viene. Desconocemos la siguiente empresa, ciudad o incluso el país en el que acabaremos pero eso no quiere decir que no sepamos a dónde vamos.

Por eso debemos cortar todas las etiquetas y no caer en victimismo. ¡Nada de generación perdida! Quizá seamos la de la crisis, la globalización o la de los que han
nacido en el momento equivocado. Tal vez en algunos momentos nos sintamos desubicados, fuera de lugar, pero no perdidos.

Dedicados a buscar y encontrar, dentro de nuestra generación hay un equipo de investigadores del CSIC que acaba de descubrir dos planetas similares a la Tierra con opciones para albergar vida, profesores de la «España vaciada» dan clases en las universidades más prestigiosas del mundo o tres jóvenes turolenses han desarrollado una APP para prevenir agresiones a mujeres.

Para que no haya más generaciones perdidas, es importante que, entre tanto pacto imposible, se acuerde uno por la educación, uno de los pilares de nuestro estado de bienestar. Pero hasta que llegue este imposible, nosotros seguiremos estudiando, buscando y mostrando el talento a lo largo de todo el mundo. Y así, como dijo Ernest Hemingway, miembro de aquella otra generación perdida, aunque el mundo nos rompa a todos, después, «muchos se vuelven fuertes en los lugares rotos».