Los griegos llamaban «hybris» a la desmesura. Un impulso, soberbio y sin límites, a hacer el mal por codicia, ambición o prepotencia. Entonces era un asunto entre reyes y dioses y acababa trágicamente. En estos tiempos, la hybris se apodera del pueblo o de sus gobernantes y los resultados son igualmente catastróficos. Cada país tiene su particular forma de «hybris». España, a semejanza de sus políticos, se corrompe por una «hybris» vulgar, codiciosa, insolidaria e irresponsable.

La «hybris», impulso reactivo y demoledor, se ha apoderado del país a consecuencia del Covid y la confusa gestión global -gobierno, autoridades y administrados, plebe- porque se ha entronizado el miedo y la imposición por un lado y la rebeldía sistémica y la simple idiotez egoísta por el otro. No hay nada claro en la gestión de la pandemia y del coronavirus omnipresente. El confinamiento de todo el país ha sido una medida discutible y onerosa; no es cierto que no existieran medidas urgentes que de haberse tomado en su momento hubieran evitado la desmesura en las consecuencias económicas y sociales; ni está surtiendo efecto el panel de medidas sanitarias obligatorias generalizadas, tal vez porque una parte de la población no las sigue, otra no sabe hacerlo y los que cumplen tienen complejo de tontos asustados en el mejor de los casos y de jueces vengativos en el peor.

La «hybris» española es una especie de «gripe española» del siglo XXI y como aquélla del XX, tampoco somos responsables de ella, sólo fieles servidores, gracias al descontrol y desmesura de nuestras reacciones, acciones y algarabías mediáticas. ¿Cuáles son los síntomas visibles de la «hybris» en nuestro país. Simplemente escuche, vea o lea: hay una catarsis nacional en forma de caldo mefítico de insultos, descalificaciones, supuestos documentos secretos, noticias nada contrastadas pero escandalosas, irritación y frustración por doquier, un escándalo feroz de niños malcriados que creían poseerlo todo y ven que sus seguridades y comodidades se desvanecen como humo, no hay institución, poder o símbolo nacional que se salve de la quema (con todos sus defectos, es mejor tener algunos de ellos, aunque controlados, que derribarlos a todos). Y en la hoguera también arde -como en las de los nazis- no sólo la cultura, la honestidad y los conocimientos, sino el valioso sentido común y peor aún, el sentido solidario de la humanidad. La «hybris» nos posee. Hay que cambiar de actitud.

Alberto Díaz Rueda