Los seres humanos, ilustrados o no, siempre han usado el concepto de igualdad como parte de la justicia y de la libertad. En todas las épocas, la igualdad ha sido un objetivo, una utopía de las mayorías frente a los poderosos. Frases de personas eminentes nos han dado siempre alimento intelectual para reflexionar sobre esa utopía. En los tiempos que vivimos, la gran mayoría de los que escriben, predican o pontifican a los ciudadanos dedican casi todo su tiempo a ilustrarnos sobre las desigualdades y la forma de corregirlas. Pero casi nadie aclara o ayuda a comprender que es la igualdad y que es la diversidad.

Empezaré con tres frases, tres grandes pensamientos:
«La igualdad consiste en saber que, aunque todos no somos iguales, debemos tratarnos como iguales» «En lo único en que somos iguales es en que todos somos diferentes» «La tarea de todos no trata de tener derecho a ser iguales, sino de tener igual derecho a ser diferentes».
Sólo se puede vivir la igualdad en el respeto a la diversidad. Diversidad de etnias y procedencias, sexo y expresiones afectivas, religiones y culturas, ideologías y opciones políticas. Igualdad en la convivencia y respeto a todas las identidades.

En la historia de los derechos humanos, las diferencias se han considerado como oportunidades de progreso. Un espíritu moral ha guiado siempre a las sociedades humanas de tal forma que cada tiempo histórico ha sido mejor que el precedente. Ya las tablas de la Ley de Moisés fijaban las obligaciones que creaban los derechos para su pueblo. El mundo del derecho, que se fue imponiendo con la evolución de las formas de poder, se especializó en lo que se llamaba el Derecho Natural, que ha sido la doctrina ética y jurídica que postula la existencia de derechos fundamentados en la naturaleza humana. A partir de la revolución francesa, y de las grandes revoluciones del siglo XX, se llegó al concepto de derechos humanos cuya Declaración Universal se promulgó en 1948 como respuesta de la Humanidad a la violencia y al sufrimiento que produjo la Segunda Guerra Mundial.

Esta declaración representó un cambio histórico fundamental ya que se pasó del Derecho Natural a la preeminencia de un nuevo derecho que podemos llamar Derecho del Poder. La propuesta de la Declaración Universal, aspiraba a establecer un conjunto de valores que corrían el riesgo de acabar negando el derecho de aquellos pueblos cuyas concepciones de una vida plena entrara en conflicto con el documento promovido por las Naciones Unidas (de aquel momento). Su Artículo 1 se redactó en los siguientes términos: «todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, y dotados como están de razón y conciencia deben comportarse fraternalmente los unos con los otros».

El paso de los años, y la llegada a la independencia de la mayor parte de la Humanidad, ha conllevado un acalorado debate en torno a los llamados «valores asiáticos» que se han enfrentado a la pretensión occidental de imponer su visión particularista, pretendidamente universal, frente a las visiones asiáticas e islámicas que defienden un ideal de armonía social que no se mide en términos políticos. Pero detrás de estas razones, estaban y están también la defensa de los olvidados en 1948, y los intereses e independencia de sus naciones.

El desarrollo del globalismo que ha antepuesto razones económicas y de progreso social ha modificado enormemente el papel del ciudadano, que se ha convertido en el centro del mundo y que usa los derechos humanos como su defensa frente al poder estatal. Una nueva generación de derechos humanos se va añadiendo a los originales, institucionalizando deseos minoritarios y no mayoritariamente aceptados. Yo no soy un jurista, pero me hago alguna pregunta sobre lo que se vive hoy sobre el tema. Creo que las pretensiones de los distintos grupos que proponen nuevos derechos deben considerar que ese bien sea racional pero que sea también razonable, es decir compatible con otras concepciones de un supuesto bien.

Ciertos países, consideran que los derechos humanos son derechos universales, incondicionales e inalienables. Por lo cual pueden juzgar éticamente la validez de las costumbres del derecho y de las instituciones de cualquier otro país. Este pensamiento sirve de argumento para legitimar «guerras justas», combatir «estados proscritos» o eliminar «culturas aberrantes». La idea de una igualdad sin más para todos, puede ser engañosa o equivocada, porque como señala el gran pensador hindú, de etnia bengalí, Amartya Sen, los seres humanos difieren en función de múltiples variables ya sean externas o internas (por ejemplo, capacidad física y mental).

Como es imposible conseguir una igualdad total en todas las variables, la igualdad en cierto ámbito, lleva también aparejada la desigualdad en otros. Aquellas investigaciones de la igualdad que parten del supuesto de que todos los hombres son creados iguales, pasan por alto un aspecto fundamental: la diversidad humana no es ni una complicación ni un problema, sino la realidad que hay que conocer, estudiar y respetar. El hinduismo y el confucionismo, grandes mundos culturales, no aceptan el principio de que todos los seres humanos son creados iguales. Los derechos solo existen en relación con otros derechos y del reconocimiento de todos ellos. Nadie puede apropiarse de cuál sea la interpretación correcta. Lo que es verdad es que para todos los seres humanos mejorar sus derechos es un deseo que merece todo nuestro apoyo efectivo.

Antonio Germán. Ingeniero y empresario