Los griegos consideraban al planeta en el que vivimos como una diosa, a la que llamaban Gaia (los romanos la rebautizaron Gea). En 1979 el químico de la NASA James Lovelock publicaba una teoría o hipótesis que tomaba ese nombre, Gaia, en la que se sugería que el planeta era un sistema autoregulado cuyos componentes son seres vivos y la interacción de todos esos elementos dotados de vida, seres humanos, agua, aire, tierra, animales, vegetales, logran un equilibrio existencial gracias a unas determinadas condiciones esenciales de temperatura, composición química y salinidad, que son a su vez las que posibilitan la vida, en una compleja homeostasis.

Desde los años 80 comienza a denunciarse por científicos, intelectuales y filósofos una creciente degradación del mundo natural con una dramática pérdida de la biodiversidad en animales y plantas, mientras que el modelo de consumo va también degradándose y ya a finales del siglo XX y principios del XXI surgen las alarmas por el cambio climático que ocasiona un nivel de CO2 elevado, el aumento de la temperaturas y de la salinidad marítima, el deshielo creciente en los Polos y los glaciares. La aparición de la pandemia, según muchos investigadores, una consecuencia indirecta de la brutal pérdida de la biodiversidad causada por la destrucción de hábitats naturales en selvas, bosques y montañas. Quizá se está convirtiendo en una especie de «reacción defensiva» del sistema Gaia, para recuperar un equilibrio homeostático pervertido por la acción depredadora del sistema humano de desarrollo.

Me refiero a lo que muchos científicos, biólogos, físicos, naturalistas están llamando ya «la venganza de la Tierra» o «la muerte anunciada de Gaia». Es decir, de alguna forma lo que nos está mostrando acusadoramente la pandemia: el gran negocio del mañana no será lograr la eterna juventud o colonizar nuevos planetas, sino sobrevivir en el nuestro, en el que ya empezamos a cruzar la línea de no retorno. La pérdida de la biodiversidad, una de las llaves de la supervivencia, está alcanzando cifras de biogenocidio, junto con la destrucción medioambiental que causa el cambio climático está provocando cambios que afectan la homeostasis de todos los elementos que conforman la vida de la Tierra (de los que somos una parte, la más pretenciosa y destructiva, pero no la más esencial). La pandemia nos está enseñando que estamos todos interconectados…pero no sólo los seres humanos entre sí (cosa que ya nos cuesta aceptar), sino con el resto de las especies y el entorno natural. Eso es Gaia. Y el modelo de vida hegemónico de los humanos, con su secuela de destrucción y rapiña de recursos naturales, la está matando y como consecuencia natural, nos está matando a todos, a través de arrasar nuestra salud, bienestar y economía. Imagínense que en su gran casa familiar entra una horda de supuestos invitados y destrozan los muebles para hacer fuego, dejan los grifos abiertos porque el agua «es gratis», ponen tabiques en todos los salones para compartimentar el espacio, arrancan los cuadros, arrasan el jardín, hacen sus deposiciones en el riachuelo que mana por el jardín y matan a sus mascotas por el placer de matar, desperdiciando toda la comida disponible, quemando los árboles y devastando el huerto…¿Qué harían ustedes con semejantes «invitados»?

La pandemia tiene una narrativa bipolar: una, la amenaza letal, que no reconoce fronteras (aunque sí niveles de renta) y dos, la advertencia, que exige un cambio sistémico y global, no sólo de forma de vida sino económico, energético y social. Y un cambio radical de tipo cultural: dejar de considerarnos al margen de la Naturaleza, como dueños que utilizan unos bienes propios, cuando en realidad somos inquilinos ocasionales de un planeta que existe mucho mejor sin nosotros. Y con un epílogo anunciado: los Gobiernos, cautivos de muchos intereses, volverán a rescatar a los grupos de aerolíneas, a las empresas automovilísticas (responsables de un elevado porcentaje de contaminación ambiental), a bancos y financieras y a sí mismos. Será una especie de 2008 redivivo. Mientras, habrá miseria, hambre, empleos precarios, violencia en las ciudades, lucha de clases y hundimiento de la sanidad pública por falta de apoyos, sistemas políticos centrados en la seguridad y en la vigilancia… y tal vez una tercera guerra mundial por los recursos que vayan escaseando por la agonía del planeta. ¿De verdad quieren ustedes, los que manejan el poder y el dinero, este futuro?

Alberto Díaz Rueda – Escritor