Seguir las ruedas de prensa de miembros del Gobierno y las comparecencias de su Presidente me ha hecho pensar en el puesto que ocupa la no verdad en nuestras vidas. O las muchas maneras de decir las cosas que llevan a lo mismo, a no decir la verdad.

Crecemos con ello, y aún más quienes fuimos niños en los años 40 y 50 del siglo pasado: los Reyes Magos, la cigüeña, las explicaciones imperiales de la Historia de España, el creer en el progreso ilimitado de la humanidad, etc; y podríamos decir, también, que las religiones en su conjunto nos acostumbraron a vivir en la no verdad, e incluso a que se puede vivir de ella.
En política (al menos en España) parece ser una virtud de quien la ejerce saber usarla convenientemente. Tengo una anécdota caspolina que lo pone tristemente de manifiesto: El bibliotecario denunció por la radio el mal estado de conservación en que se encontraban unas cajas de libros en una dependencia municipal, y el concejal al que incumbía el asunto le recriminó por ello. El funcionario se defendió diciendo que «era verdad», y el edil le respondió que «a veces, en política, hay que saber no contar las cosas». Desde ese estrato ínfimo que es el municipal al más alto, que es la Presidencia del Gobierno, parece ser que nuestros políticos tienen asumido que no decir la verdad es una legítima arma política e, incluso, que bien utilizada les puede servir para prosperar y continuar en en cargo.

Estamos en la gestión de la crisis de la Covid 19 acostumbrados al uso de no verdades o de verdades incompletas. Desde pretender mostrar a un Gobierno de coalición cohesionado, a contabilizar los muertos y enfermos de forma tal que las cifras no son las reales: se utilizan maneras para que afloren el menor número posible de contagiados, muertos o enfermos. Por ejemplo, con eso de que no hay test para todos, solo se contabiliza en las listas de fallecidos o de enfermos a aquellos que han dado positivo en una prueba.

Falso es, también, que la privatización llevada a cabo por el PP es culpable de la falta de recursos en ésta situación de emergencia, pues estando como está la sanidad intervenida el Estado puede, y debe, hacer uso de los hospitales y recursos creados al amparo de la privatización, que no fueron pocos. Ahí están, con todo su equipamiento, y no como el de Alcañiz que, por no aceptar en su momento un uso y financiación mixto, público-privado, esta sin sin terminar. Tampoco es cierto, desde la otra orilla ideológica, que los contagiados lo sean en su mayoría por causa de haberse infectado al acudir a la manifestación feminista del 8 M; pues los hay en todo el territorio nacional y no creo que los de las residencias de ancianos de la periferia, por ejemplo, tengan su origen en esa irresponsable (por otro lado y junto a otras) concentración masiva, a la que, por otra parte, se sumaron gente de derechas y de izquierdas. En ambos casos se usan, pues, interesadas medias verdades.

El ciudadano debe tener cuidado de estas críticas interesadas, apoyadas repugnantemente por bulos y falsas noticias, a veces descabelladas, unas, y furibundas, otras; y debe demandar siempre del Gobierno, tanto Central como de los Autonómicos, transparencia e información veraz y razonada, y no reformulaciones de la realidad que se ajusten convenientemente a los intereses y programas de unos u otros postulados ideológicos. Los muertos y los enfermos no deben ser utilizados para la refriega partidista por el poder.

En la quinta semana de confinamiento, un cordial saludo.

Alejo Lorén