De un tiempo a esta parte se alzan muchas voces críticas, ruidosas, enfadadas, reclamantes, hirientes, denunciantes, insultantes, exigentes. La sociedad se crispa, el mar se agita y muchos braman cuando, por todos es sabido: resulta mucho más inteligente el pararse a escuchar.

Pareciera esto nuevo ahora que se impone la guerra dialéctica a pecho descubierto de una forma feroz, en un juego de a ver quién dice la tontería más grande. No se dan cuenta de que a veces hay que refugiarse en la trinchera del silencio para dibujar mejor el campo de batalla. Que en ocasiones es más inteligente la reflexión y la quietud que el disparo certero.

Es triste acallar a alguien que tiene una visión distinta con un grito, impidiendo que alce la voz y dándole a entender que su realidad no existe. Nadie tiene razón y todos la tenemos. Por eso el enfrentamiento es algo natural, pero siempre hay maneras de mostrar la posición. Si no, llega la autocensura, la espiral del silencio, el conformarse, la ruina. Nada más peligroso que el «da igual, tampoco iba a decir nada».

Les propongo pues que en vez de gritar vayan bajando el volumen poco a poco hasta que no oigan nada más que la voz del otro, que (¡sorpresa!) estaba justo debajo de la suya.

Alicia Martín