El aragonés medieval es la lengua romance hablada en el Reino de Aragón en el medievo, y es el precursor del actual aragonés. Su forma escrita se llama scripta medieval aragonesa, utilizada en documentos y textos oficiales de la Edad Media, que han facilitado su estudio. Todas las lenguas romances peninsulares están muy ligadas al propio proceso de la Reconquista, al avance militar y su repoblación, y aunque similares entre sí, son diferentes, pues se originan a partir de los cambios sociales, económicos, culturales y políticos que afectan a sus pobladores. En Aragón, desde su origen lingüístico navarroaragonés, se van generando diferentes lenguas o dialectos, con más o menos similitudes y diferencias, en función del origen de esos pobladores, y de la frontera cultural existente. Dos lenguas romances podrían seguir una misma evolución lingüística, pero ésta no se compartiría de manera general en todo el territorio en el que se hablara (1). Esa diversidad idiomática se acrecentó a finales del siglo XV, cuando el castellano irrumpió con fuerza en el Reino para ir relegando las lenguas autóctonas a las partes más inaccesibles de su territorio de forma progresiva (2).

Los rasgos del lenguaje aragonés pirenaico mantienen una identidad propia, pues nunca han seguido la evolución obligada de las lenguas del resto de Aragón. En el suroeste, el aragonés medieval de las Comunidades de Calatayud, Daroca, Teruel y Albarracín, se mezcla con el castellano vecino. De este modo, conforme nos movemos hacia el sur, la lengua que se impone renuncia a los localismos pirenaicos, y al mismo tiempo aceptan la influencia tanto de los repobladores ajenos al Reino, como de las gentes que habitaban las tierras liberadas (3). Respecto al este, los condados de la Cataluña Vella hablaban un romance, un «catalán», con mucha vinculación al provenzal, al lemosino, en esa época medieval. Cuando Aragón integra por conquista el territorio de Lérida y de Tortosa, son tan aragoneses como los demás (Lérida no quería ser catalana), hablándose en ellos ese mismo aragonés medieval con sus localismos propios.

La relación entre el castellano, el aragonés y el catalán, dentro de sus límites, ha provocado influencias recíprocas a lo largo de todas las épocas, especialmente en las zonas de frontera lingüística, como ocurre en el nordeste de Teruel, donde se sucedían el aragonés medieval, el catalán vecino y, tras el siglo XV, el castellano (4). Las fronteras lingüísticas favorecen pues, la ósmosis lingüística entre las lenguas, constituyendo un proceso enriquecedor.

Estas pinceladas históricas pueden justificar perfectamente la existencia de similitudes entre rasgos lingüísticos y culturales de las zonas orientales de Aragón con nuestros vecinos del este, de la misma forma que su origen diferente determina la existencia de rasgos personales e individualizados, que sus hablantes no quieren perder. Ya hemos visto que esta lengua, el aragonés medieval evolucionado, el chapurriau, nace hace siglos y se habla en Aragón, por lo que nunca, nunca, será catalán. La Historia no pude cambiarse, solo lleva una dirección. Espero que este texto haya contribuido a explicarlo.

Javier Moya – El mundo del chapurriau

Autoría

Grupo de Comunicación La Comarca reconoce que en este artículo se han incluido fragmentos de texto de otros autores. Entre los que se incluyen (1) Jaime Climent de Benito (Constitución de los primitivos romances peninsulares. Surgimiento y expansión del romance castellano), (2 y 3) José María Enguita Utrilla (Variedades internas del aragonés medieval y Manifestaciones romances en los territorios meridionales del Aragón medieval ), y (4) Elena Albesa Pedrola (Una frontera lingüística: castellano, aragonés y catalán en el teruel del siglo XVII).