Enero, además de ser el mes de la famosa «cuesta» y de los nuevos propósitos que se quedarán en cuotas de gimnasio, se convierte en una fecha en la que el fuego cobra especial relevancia.

En vísperas de San Antón, las hogueras comienzan a arder en forma de tradición y fiesta en diversos rincones de nuestro territorio. Las fogatas han comenzado a alumbrar ya reuniones de amigos y vecinos regalando aires de música y diversión, algo muy necesario para dar vitalidad a los municipios que en invierno parecen congelar su tiempo al compás de los termómetros. Y es que, algo tiene el fuego de brujo, de mago. Sus chispas son capaces de incendiar nuestras cenizas, de quemar un pasado y por qué no, de iluminar también nuevas ilusiones. Pero, lamentablemente, EN este San Antón, las llamas no solo están presentes en las plazas como símbolo halagüeño de protección.

Han llegado las llamas crudas, sin misticismos. Fuegos de rabia se han fundido esta semana con el alquitrán de la carretera A-1402 que une Andorra y Alloza. Los mineros han comenzado a prender los neumáticos como protesta para poner voz al varapalo que supone el cierre de la mina de Ariño. Ante la situación de impotencia y desamparo en la que se encuentran cientos de trabajadores queda ahora poner el grito en forma de llama para que todos veamos lo que prende. Pero ahora, cuando llega la luz del día, tocará seguir transformando el grito en protesta, la tierra en oportunidades y el aire en respiro para continuar y resistir.

Ahora más que nunca, «aunque el frío queme», como escribió Benedetti, no hay que rendirse. Así que, «aunque el miedo muerda», no cedan y por el momento la mejor forma de hacerlo es disfrutando de ilusión que resurge en torno a San Antón.