Durante los últimos días una de las noticias que han proliferado por los telediarios era la presencia cada vez más abundante de jabalíes en ciertos barrios periféricos de Madrid. También la de conejos, que sin embargo cada vez son más escasos de ver en ciertas partes de nuestros campos y montes.

El descaro de los jabalíes no es noticia. Hace tiempo que visitan zonas pobladas de Barcelona, Vigo o muchas otras ciudades más o menos populosas de nuestra geografía. En cierto modo es lógico. Por una parte carecen de depredadores naturales, al margen de los cazadores humanos y sus perros.

Osos y lobos escasean, y allí donde aún subsisten prefieren predar sobre otras presas más fáciles, como las ovejas del hombre. Por otro lado, su adaptabilidad extrema – y también su inteligenciaha llevado a estos cerdos salvajes a descubrir que cerca de la gente hay más comida, más fácil de obtener y por tanto mayores oportunidades para sobrevivir y reproducirse.

Recuerdo que la primera vez que ví a poca distancia un pito real fue precisamente en el corazón de una ciudad y no en el campo. Fue en el parque del Retiro, cuando tenía trece años y hacíamos el viaje de estudios del extinto curso de Octavo de E.G.B. Otro tanto ocurrió con las primeras palomas torcaces, muy abundantes en los jardines de los Reales Sitios de Aranjuez, y ahora también en Caspe.

En estos días casi es más fácil ver urracas en los parques de Zaragoza que en las huertas colindantes, y así seguiríamos contando y contando con tantas especies de animales, vertebrados e invertebrados.

El campo se ha convertido en un mal lugar para vivir. Los sulfatos y pesticidas presentes en tierra, aire y agua están acabando con la mayoría de formas de vida originarias del lugar. Las que sobreviven se trasladan a las ciudades, y recuperan el espacio que les arrebató el hombre. El resto, lentamente, languidece. Como los gorriones, las golondrinas y tantos y tantos seres que no hace tanto tiempo eran precisamente abundantes.

La fauna, al igual que los humanos se desplaza. Las tórtolas de Turquía a lo largo de las últimas décadas se han ido desplazando hacia el oeste y hoy en día son una especie autóctona por derecho propio. Las tórtolas comunes, presentes desde mucho antes, sin embargo, han ido retrocediendo por acción de la caza y los productos químicos empleados en la agricultura.
Los lobos italianos ya han llegado a Aragón y a Cataluña. La subespecie ibérica hace mucho que desapareció de estos pagos. De la foca monje, que hace algo más de cien años subía por el Ebro desde su delta hasta más allá de Caspe no queda ni el recuerdo. Y así seguiríamos durante éste y cien artículos más.

Hablamos de ecologismo y sostenibilidad, de reciclaje y de calentamiento global. Pero a los niveles que más deberían preocuparnos, como es la desaparición de especies concretas como las citadas, no hacemos nada. Y no sólo eso, sino que ni siquiera se habla del principal problema para nuestros ecosistemas que es al aumento sistemático, exponencial y constante de la población humana.

Nuestro número excesivo, nuestro consumo sin medida y la tierra que robamos al resto de especies para cultivar alimentos y forraje para nuestro alimento es el principal problema, y ése nadie se atreve a atajarlo. Mientras tanto, los habitantes del monte, seguirán volviendo al sitio que alguna vez fue su casa. Feliz semana y a más ver, amigos.

Álvaro Clavero