Una planta delicada puede ser protegida en un invernadero. Un habitáculo cerrado en el que no entren ni el frío ni las plagas. Posiblemente esa planta prosperará, pero si se saca al exterior, lo más probable es que no sobreviva al más mínimo cambio de temperatura, humedad o ataque de los insectos. Y todo eso será por la falta de defensas más que por el hecho de no tener un invernadero que la proteja.

Con la economía de una nación pasa lo mismo. Pueden atacarnos imprevistos, como esta pandemia. Pero la crisis que origine no estará tanto en ésta como en la falta de defensas de esa especie de organismo vivo que se supone que es el Estado. Si sus gobernantes, el cerebro del país, no han sabido crear los mecanismos para protegerlo en casos de contingencias, entonces el colapso del sistema es brutal. Si además de no protegerlos, ese mismo gobierno hace lo posible por dinamitarlo, como es el caso de España en la actualidad, el resultado no puede ser otro que el más estrepitoso y triste de los fracasos, quiebras y fiascos.

Las llamadas «colas del hambre» son muestra de cuanto exponemos. Miles de autónomos; miles de familias de clase media, y gente que al fin y al cabo no ha hecho otra cosa que trabajar y contribuir a crear una nación, se ven obligadas a cerrar sus negocios tras la pandemia. Y se les ahoga y castiga con pagos y unos impuestos cada vez más altos.

Esos impuestos en vez de ayudar a quienes no han cobrado ni los ERTES, se destinan a subir sueldos de políticos incompetentes, a satisfacer a los «indepes» y ex etarras, en tirar el dinero en análisis de ADN y desentierro de esqueletos, a subvencionar a una clase sindical que no busca producir sino recibir subvenciones y en definitiva a dinamitar cualquier emprendimiento serio que pueda sacar adelante al país y a su gente.

No. Estos Picapiedra en versión 2.0 no me merecen ningún respeto. El coronavirus es su excusa para desviar la atención de una situación sumamente ruinosa y desesperada, que casualidades de la vida, se repite sistemáticamente cada vez que gobiernan ésos que se denominan «progresistas», tal vez porque ellos mismos sí progresan, a costa de la caída libre de esta España de nuestros pecados. La culpa no la tiene un virus. La culpa la tienen quienes no han sabido crear las defensas contra las situaciones adversas que tarde o temprano siempre llegan.

Decían que en Madrid, Isabel Díaz Ayuso había conseguido reducir los contagios de COVID-19 un 62% haciendo lo contrario de lo que pedía Sánchez. Cualquiera podrá decirme que soy un mal pensado, pero lo cierto es que de ser verdad este dato, ya no sé si pensar si el presidente y su banda de ministros y ministras, es inepta y no da para más o realmente es que tiene un interés directo en hundir un país en la más profunda de las miserias.

En Venezuela, el país con las mayores reservas de crudo conocidas y que por ende debería ser una de las naciones más ricas del mundo, repartían leña para cocinar porque el pueblo no contaba con suministro de gas ni eléctrico. Ahí, una zona riquísima en recursos, su gobierno comunista, asesorado precisamente por Iglesias, Monedero, Echenique y el resto de la pandilla, ha conseguido destrozar cualquier atisbo ya no de riqueza, sino de dignidad. Aquí, mucho me temo que vamos en esa línea. Y así seguimos, sobreviviendo a duras penas, con pocas posibilidades de prosperar en lo económico o visitar esos hermosos hoteles de Canarias destinados ahora a otros menesteres.

Con pocas posibilidades de criar dignamente a unos hijos que de nacer, lo harán en un mundo donde se premia al delincuente y se castiga al honrado. Donde el esfuerzo se vilipendia y la mediocridad se alaba. Y luego nos dicen que al margen del coronavirus todos estos años son el mejor periodo de la historia de España…

Álvaro Clavero