A principios del siglo XX -tal vez a finales del XIX- aparecieron, destinadas a los niños, unas ilustraciones, en forma también de cromos y calcamonías, que mostraban «el mundo al revés»: un hombre sobe el que cabalga un burro, un anciano en una cuna cuidado por un bebé, etc.

Ciertamente eran unos dibujos que mostraban situaciones que se podían relacionar con ciertas manifestaciones surrealistas, movimiento estético -moral para algunos- que surgía entonces en el mundo del arte y la literatura. Tal vez por eso (si mal no recuerdo) cita Luis Buñuel lo de «el mundo al revés» en su libro de memorias ‘Mi último suspiro’ cuando habla de su película ‘El discreto encanto de la burguesía’, que muestra una escena en la que los comensales están sentados a la mesa en tazas de vater.

Estas cosas, que suponen romper la lógica y, en el fondo, el orden establecido, incluso el de la naturaleza, parecen atraer al ser humano. Así, en su afán por saltarse las normas durante esta pandemia que padecemos, y ante la prohibición de las fiestas multitudinarias por ser foco de transmisión de la Covid 19, se han ideado las «no fiestas», que suponen concentraciones para celebrar lo que se celebraba en las fiestas prohibidas. Un verdadero sin sentido que, sin embargo, en algunos lugares y sectores de población ha calado profundamente, y, como era presumible, han acabado siendo foco de infección: basta con que hubiera un contagiado para que lo hayan estado, días después, casi todos los demás.

No se si es la excesiva confianza que tienen algunos en si mismos; el que ya no se estudie -más que de forma residual- Filosofía en el bachillerato; o la inconsciencia humana, lo que ha hecho crear ese absurdo de «las no fiestas». Escribo esto en vísperas de las mayores de Aragón, las del Pilar en Zaragoza, cabalmente suspendidas por orden de las autoridades competentes. Esperemos que los aragoneses demostremos ser tan sensatos como tozudos y nobles, y no les de a algunos por celebrar «no fiestas».

Destinemos el tiempo de ocio a retornar a antiguas costumbres, desde los juegos de mesa, como el Parchís y a Oca, el leer libros; o el disfrutar de un paseo o de una sencilla limonada. Yo, por primera vez en más de diez años escribiendo una columna los viernes, he tenido dificultad para escribirla, y es que el hecho de que a algunos se les ocurra celebrar «no fiestas» en estas circunstancias, hace que se bloque mi racionalidad. Pienso en si sirve para algo escribirla, puesto que se supone que para tener lectores estos han de ser racionales, y veo tanta irracionalidad en el ambiente (y no digamos en lo político, ese es otro asunto) que me hace pensar de nuevo en un desierto de la razón. Vuelvo al goyesco «el sueño de la razón, produce monstruos».

Alejo Lorén