Caspe se pasó muchos años pidiendo nuevos regadíos y poder elevar el agua del Ebro; para ello se hicieron cosas como el Plan Estratégico del Bajo Ebro Aragonés, y similares, pero creo que nadie se dio cuenta de las servidumbres que supone la economía del sector primario, el primero de la cadena de producción de bienes.

Mirando intervenciones de ciudadanos en Internet sobre Caspe leo en una de ellas: «Basta ya de fincas, queremos industrias». Vuelve a pedirse lo que -lo recuerdo bien- se pedía en los años 60, incluso llegando a decir con parecidas palabras «que aunque el cielo caspolino se tizne con sus humos, queremos fábricas que nos lleven a un futuro con trabajo»

Pero Caspe está geográficamente dónde está y tiene los recursos que tiene. Fuera de una vía de comunicación principal y, sin embargo, teniendo tierra y agua en abundancia, es natural que lo primero que se busque sea desarrollar la agricultura de forma moderna, pudiendo competir, en teoría, con el sector secundario y sus industrias.

Pero no nos dábamos cuenta de que llegados a ese punto de tener capacidad para plantar árboles y hortalizas, vendría la necesidad de recoger los frutos en los momentos en que la naturaleza lo hace necesario. La agricultura es una economía dirigida por el clima y la temporalidad de los ciclos agrícolas. Y eso lleva a necesitar trabajadores de temporada. Y si estos no quieren ser los del lugar (que por otra parte pocos quedaron después del periodo inmigratorio a las ciudades en la década de los 60 y 70) no queda otra que contratar trabajadores itinerantes procedentes de países (a veces muy lejanos) pero que, ante la pobreza y condiciones de sus lugares de origen, se sienten impelidos a migrar.

Y en eso estamos, necesitando para que nuestra economía funcione de esos inmigrantes con costumbres, culturas y lenguas ajenas a las nuestras.

Y de ahí surgen problemas sociales: vienen y no tienen casa; se sienten rechazados ante el choque de costumbres; incluso son acusados de quitar el trabajo o al menos bajar el precio de los sueldos.

No cabe otra para el buen funcionamiento de Caspe que buscar la ayuda, la integración y la comunicación entre autoridades, vecinos y trabajadores temporales.

Para ello la institución comarcal Bajo Aragón-Caspe – Baix Aragó Casp, ha creado dos ‘agentes de convivencia’ o mediadores entre vecinos y temporeros. Trabajo no les va a faltar, y deseamos que puedan desarrollarlo en beneficio y entendimiento de todos.

Alejo Lorén