Para leer un libro hace falta tiempo, una actitud reflexiva, tranquilidad y un lugar y ambiente adecuado, además del libro. Pues bien, parece ser que ahora se rechazan los libros; nadie tiene tiempo, ni actitud reflexiva, ni lugar y ambiente adecuado, ni libro.

Acabo de pasar por un contenedor de obra en el que había tres grandes sacos blancos llenos de libros. Me llamaron la atención, cosa ésta que había pasado ya con otra persona -un hombre de más de 40 años- que los sacaba, los ojeaba e iba haciendo un montoncito con los que le gustaban. Me puse yo a hacer lo mismo. Parecíamos recolectores al pie del Árbol del Paraíso, el de la Ciencia del Bien y del Mal, pues, de alguna manera, eso son los libros: fuente de sabiduría, conocimientos y distracción; y algunos, también hay que decirlo, mediocridad e ideas trasnochadas, nocivas, regresivas. o -como en este caso-directamente fascistas. Y digo esto porque del tipo de libros dejados en sacos en el contenedor se podía colegir fácilmente la forma de pensar y gustos del que se había desprendido de ellos, bien voluntariamente o bien -que también podría ser- por medio de sus deudos al haber fallecido. Se notaba que le gustaba la historia y el esoterismo, pues había bastantes de esas materias, aunque de nivel divulgativo y algunos con poco rigor científico; abundando los de ideología claramente fascista: sobre Hitler, la guerra mundial y sus batallas, o sobre la España de los años 30 y 40. Un periodo de nuestra historia (y más con ese enfoque) que si bien puede no agradarnos no tiene por qué llevar a la basura los libros que hablan de ese momento histórico. Por ejemplo, recogí uno titulado ‘El Madrid de la Falange’ (grandote e ilustrado) que, además de ser un curioso catálogo de los lugares de la capital de España frecuentados por los falangistas, es una guía de cafés, cines, edificios y lugares madrileños. ¿Porqué no incorporarlo a nuestra biblioteca -me dije- como posible documentación de esos años para el momento en que escribamos o leamos sobre ellos?

Quemar libros, tirarlos, o desprenderse zafiamente de ellos me parece un acto (dicho con adjetivo en boga) poco progresista. Y sin embargo en la actualidad son muchos los que me recomiendan tirar libros de mi biblioteca ante el mucho espacio que ocupan; cuando lo que entendería sería adecuado me recomendaran sería hacerme con más espacio. De la misma manera la Biblioteca Municipal de mi pueblo, Caspe, tampoco quiere donaciones de libros: porque no tiene espacio. Una biblioteca es al intelecto como un pantano a la necesidad de consumir agua. Allí esta embalsada esperando que se abra la tajadera en el campo o el grifo en una casa o industria; y el libro esperando que un estudiante, un estudioso o un lector, quiera aprender, informarse o saber sobre una materia, Por eso no sobra ni el agua en los pantanos ni los libros en las bibliotecas, sino que faltan pantanos y bibliotecas con espacio. Es el caso de la de Caspe, que se ha quedado pequeña y antigua.

Alejo Lorén