Un artículo de un colega, el sagaz y divertido Pérez Reverte, con el que gocé de la amistad de Manu Leguineche en los Madriles de los 70 a los 90, me ha inspirado esta reflexión: compartimos el amor a los libros y esa condena nada dramática de saber que no podremos leer todos los que tenemos y aún así seguimos «a la caza» de nuevos inquilinos para nuestras atestadas bibliotecas. En cada viaje de placer -a mi edad los viajes sólo son por necesidad o por placer- que hacemos mi mujer y yo por las capitales de España, siempre hay unas horas en las que nos dedicamos a recorrer las pocas librerías de viejo que quedan y si tenemos suerte, las de esa franquicia maravillosa que son los «Re-Read», nacidos en Barcelona y que se van extendiendo por el solar del país ofreciendo todo tipo de libros al precio de un café o una caña.
Dios, qué placer salir a la caza de títulos o autores, muchos descatalogados, al margen de las listas de best-sellers. Qué emoción hallar un libro ansiado, que luce un orgulloso ex libris casero, o una firma con una fecha quizá del siglo pasado o del anterior y los subrayados de un o una lectora quizá desaparecida, pero que también amó ese libro. Ninguna persona que no pertenezca al gremio de los «lletraferits» entenderá la manía compulsiva de comprar libros, acumularlos, ordenarlos y colocarlos como amigos íntimos en estanterías que se extienden por las paredes de tu hogar, invadiendo todos los espacios, creando una especie de útero materno, cálido y nutricio, en el que te sientes feliz, protegido, siempre acompañado. Hay una relación casi mágica con los libros, una singular fraternidad que te define y que construye y mantiene tu memoria, tu identidad y tu existencia.
Como a Pérez Reverte, se me pregunta a veces, «¿Te los has leído todos?» y mi respuesta es muy parecida a la de él: Por supuesto que no. Tampoco hace falta. Lo importante es saber -u olvidar, para mejor reencontrar-, que están ahí, al alcance de mis ojos. Dice Arturo «Los libros que nunca leeré me definen y me enriquecen tanto como los que he leído». Lo ratifico.
Alberto Díaz Rueda – LOGOI