Más de 5 años tarda un nuevo almendro en dar su primera cosecha. Más de 10 años pueden pasar hasta que un olivo, eso sí, en regadío, empiece a dar un rendimiento aceptable para el agricultor. Cuando todo arde, cuando el campo arde, después sólo queda ceniza y espera. José Antonio Labordeta cantaba: «A la Navidad la oliva, al verano la siega, al otoño la siembra y a la primavera nada». Y nada. Ceniza y rabia quedará para los agricultores de Nonaspe que veían como se calcinaban durante los últimos días parte de su sustento. Con la impotencia que supone ver arder años y años de trabajo.

Pero regresará la primavera -esperemos que una normal a menos de 35 grados- y volverán las flores al Baix Aragó-Casp. Mientras tanto, es importante no olvidar. No hablar sólo de qué sucede cuando todo arde. Si no fijar el foco en qué sucede después de que el campo se haya quemado, en conseguir que el trago sea menos duro. En apoyar a un sector que en lo que llevamos de año ha sufrido fuertes heladas tardías y un déficit hídrico que ha afectado a algunas cosechas. Precisamente esta sequía creaba el clima perfecto para que el fuego volviera a los montes aragoneses. Y el calor. Totalmente inusual para estas fechas. Híjar y Caspe se colaban el sábado entre las 10 localidades más calurosas del país, con temperaturas por encima de los 41 grados.

En 2021 ardían más de 75.000 hectáreas en España en 7.244 incendios, entre los peores años del último lustro. Habrá que esperar qué sucede este 2022, pues en lo que llevamos de mes y tan sólo en el fuego de la Sierra de la Culebra, en Zamora, ya han ardido cerca de 30.000 hectáreas. Y, mientras tanto, este verano seguiremos agotando las plazas de avión. Volveremos con fuerza a los hábitos que teníamos antes de la pandemia: sin reflexión y sin cambios. Viviendo, de nuevo, de espaldas al medio natural.

Lucía Peralta. Zorros y gazapos