Durante este invierno, sobre las siete y media de la mañana me terminaba de abrochar el abrigo, que a esas horas hacía un frío que pela, y salía de casa. Me gusta ir andando al trabajo. Es un momento para activarme y pensar. Me ponía una playlist cañera y comenzaba a andar a buen ritmo (por eso de entrar en calor más rápidamente, para qué mentir). Unos 10 minutos andando después, tomaba la esquina de una calle y ahí estaba él. Cada mañana, a la misma hora y en el mismo sitio.
Ataviado con un gorro de lana y guantes, sin olvidar que la cremallera del chaquetón llega hasta arriba (lo del frío que pelaba es real), esperaba cobijado en el portal de un restaurante que, comprensiblemente, a esas horas aún estaba cerrado. No portaba bastón, pero sí dejaba entrever un poco su cojera. Ojo avizor, oteaba la esquina de la calle para ver la cara conocida, la cara que estaba esperando.
Hay veces que he tenido la suerte de ver su reencuentro. Era en estas ocasiones cuando al que yo me he estado imaginado que debe de ser su nieto, con mochila a la espalda, se acercaba a él y lo besaba en la mejilla. Entonces, comenzaban a andar en dirección al centro educativo del joven. Eso sí, a paso un poco más lento, para que les diese tiempo a ponerse al día.
¿Sabes esa frase de «aunque sea, nos vemos 5 minutos»? No encuentro un mejor ejemplo que esta situación que contemplaba por las mañanas. Y si lo tuviera que describir lo llamaría como el poder del amor, aunque ellos sean la viva imagen de la ternura. Era el amor lo que hacía levantarse a ese hombre, que, seguramente, pase ya de los 80 años, antes de que hubiera salido el sol. Era también el amor lo que le hacía salir de casa, aun con bajas temperaturas y un poco de cierzo. ¿No es maravilloso?
La periodista Maruja Torres dijo en una entrevista reciente que, al fin y al cabo, lo que se guardan son los recuerdos de ternura. El poder sentirse próximos a otras personas, contar con su calor; un abrazo a tiempo; una llamada reconfortante, un «¿qué tal te va? Hace tiempo que no hablamos»; un «he visto esto y me he acordado de ti»; un café con amigos, el pasear de la mano…
Cuando entramos en el ritmo del día a día podemos desorientarnos y perder el foco. Pero, ante esto, para y respira. Pasar tiempo con tu gente son los pequeños gestos que recordarás siempre. Lo que es realmente importante.
Eva Bielsa. Aprendiendo a volar
Su artículo mejoraría mucho si dejara de utilizar palabras importadas como «playlist». Tenemos palabras en nuestro idioma y no necesitamos recurrir a anglicismos. Habla usted de un abuelo y su nieto, pero seguramente el abuelo no tiene ni puñetera idea de lo que es una «playlist», con lo que su artículo se convierte en más falso que una moneda de tres euros.
Boomer, ¿no? Ay, espera, que igual no entiendes lo que significa.
El lenguaje es rico y está vivo, quizás deberías tú aprender a adaptarte a él.
El artículo está maravillosamente escrito y se entiende perfectamente.
Entiendo perfectamente ese término pues he vivido siete años en Nueva York, no New York, y cinco en Londres, no London. Y eso de que se entiende perfectamente el artículo, pregunta a personas de más de cincuenta años que tengas cerca si saben qué es una playlist, OMG, un like o un skateboard.
Otrosí: dice usted que «el artículo está maravillosamente escrito y se entiende perfectamente». Lo suelta pero no lo argumenta. Permítame darle algunos argumentos, no todos, para refutar su contundente afirmación. Al principio del artículo dice que «a esas horas hacía un frío que pela». En el segundo párrafo nos cuenta que «ataviado con un gorro de lana y guantes, sin olvidar que la cremallera del chaquetón llega hasta arriba (lo del frío que pelaba es real), esperaba cobijado en el portal de un restaurante…» Aquí el frío ya no pela sino que pelaba». ¿Cuál de los dos tiempos es el correcto, el presente o el pasado? Sin salir del primer párrafo, nos cuenta que «durante este invierno, sobre las siete y media de la mañana me terminaba de abrochar el abrigo…» Una líneas más adelante afirma que unos 10 minutos andando después, tomaba la esquina de una calle y ahí estaba él». ¿Por qué cuando de habla de horas y minutos, unas veces lo escribe en letras y otras en números? Todo lo anterior se refiere a los dos primeros párrafos del artículo, pero el resto está igualmente plagado de errores. Si tuviera que ponerle una nota a esta redacción escolar, le pondría un seis pelado (no de frío).
Tiene usted mucho tiempo libre.
Utiliza usted un argumento antediluviano. Espero que en su día a día tampoco haga uso de anglicismos como fútbol, stop o parking, con lo rica que es nuestra lengua. Aunque también me da la sensación de que se ha debido de perder ya al principio y no ha comprendido el mensaje ni en castellano porque nada tenía que ver el abuelo con la ‘playlist’. Decirle, por último, que una opinión no puede ser ni verdadera ni falsa. Es una opinión. Un saludico y que pase un buen día.
¡Qué atrevida es la ignorancia! De todas las burradas que se han dicho, me quedo con la de que «una opinión no puede ser ni verdadera ni falsa». Claro, seguramente para usted, siguiendo la moda de Trump, las mentiras son verdades alternativas. Una opinión basada en hechos falsos es mentira y una opinión basada en datos y hechos comprobados es una opinión que tiene muchas probabilidades de ser cierta. Yo tampoco creo que todas las opiniones y todas las personas son respetables. Una persona que defiende que las mujeres son seres inferiores a los hombres no es una persona respetable. Y la opinión de que los africanos vienen a quitarnos el trabajo a los españoles tampoco es respetable. En cuanto a que mi argumento es antediluviano me parece una soberana estupidez. Instituciones como la RAE, Fundéu o numerosos libros de estilo de publicaciones españolas dicen exactamente lo mismo.
Esta es la opinión de Fundéu sobre mis ideas antediluvianas:
«El término inglés playlist puede ser traducido en español como lista de reproducción. En los medios de comunicación, pero también en el lenguaje cotidiano y en algunos programas informáticos, es cada vez más frecuente encontrar frases como «Las playlists de las elecciones andaluzas», «Las diez playlists más escuchadas» o «Playlist, 10 videoclips protagonizados por famosos». El anglicismo playlist se emplea para referirse a una serie de canciones o vídeos ordenados en una lista y que van siendo reproducidos sucesivamente. Con el desarrollo, primero, de los reproductores MP3, y con las aplicaciones de reproducción de música después, esta voz inglesa se emplea cada vez más a menudo.
Sin embargo, este término tiene un equivalente claro en español: lista de reproducción, que, aunque algo más largo, alude con exactitud a la misma realidad. Por eso, en los ejemplos anteriores, habría sido más adecuado escribir «Las listas de reproducción de las elecciones andaluzas», «Las 10 listas de canciones más escuchadas» y «Lista: 10 viodeoclips protagonizados por famosos»».