Lo cantaron los Beatles en los psicodélicos sesenta. «All you need is love», «Todo lo que necesitas es amor» mientras en los muros del Paris de las barricadas estudiantiles florecían eslóganes brillantes y utópicos: «Debajo de los adoquines está la playa», «La imaginación al poder»,»Dios ha muerto, Marx ha muerto y yo estoy muy malito». Aunque Dios, ese terco monosílabo, aún estaba vivo en el subconsciente poco imaginativo de la generación en el poder, los jóvenes deseaban empezar de nuevo desde cero.

Las ideologías habían fallado estrepitosa y sangrientamente, la religión empezaba un declive imparable. Ninguna de las dos era de fiar. ¿Qué les quedaba a la generación de los 20 años? El amor.

Pero el amor, como descubrirían aterrados aquellos jóvenes mientras se hacían adultos, era un oximoron flagrante. Ya que esa deseada unidad de dos seres diferentes era desmentida de forma radical por la evidencia de una «otredad», de una separación insalvable. Incluso en el momento cumbre de la unión sexual o espiritual, cada uno de ellos se recluye en sí mismo. Y sin embargo… eso no invalidaba el fraternal mensaje sobre la necesidad del amor.

Y estaba lo de la neurología del arrebato amoroso. Esas descargas de endorfinas en el cerebro que inundan la corteza pre frontal y la amígdala del sujeto en forma de nube placentera que afecta la toma de decisiones y el análisis. En esos momentos no se piensa con claridad pues esos neurotransmisores crean adicción, son opiáceos endógenos. Además los sujetos enamorados están saturados de hormonas, los varones con la testosterona que le sale por las orejas y las damas con el estradiol (un estrógeno creado en los ovarios) y ambos con las oxitocinas, una hormona que afecta también el juicio y la valoración de sus acciones, mientras gratifica el placer del apego.

Y, sin embargo esa reducción del amor a la química, no invalida tampoco la belleza y el misterio del oximoron. Hay algo más. Y ese «algo» es lo que convierte en una realidad universal la frase evangélica de John Lennon. Aunque no sepamos qué es.


Alberto Díaz Rueda – LOGOI