Miles de trabajadores del campo llenan nuestros pueblos desde la primavera hasta entrado el otoño. La gran mayoría son extranjeros que están dispuestos a realizar trabajos duros pero con los que ganarse un salario muy digno y acceder a unas condiciones de vida sanitarias y educativas de las que estarían muy lejos en sus propios países. Muchos de ellos se quedan a vivir en nuestro entorno, asentándose, gestionando negocios que pierden el relevo (bares, fruterías, carnicerías, multiservicios…) y manteniendo escuelas abiertas. Es una realidad a la que miramos poco y que debería abrir muchos debates, desde la precariedad laboral hasta los precios que pagamos por nuestra fruta, nuestras cañas y nuestros pepitos de lomo.

Este miércoles en Maella, un pueblo de 2.000 habitantes, más de 200 trabajadores de una empresa frutícola se movilizaron por sus condiciones laborales. Durante nueve horas hicieron huelga y pidieron lo convenido en sus contratos. El acuerdo llegó cuando el propietario salió para atenderles y asegurar que cumpliría lo firmado. Diez vehículos de la guardia civil se desplazaron hasta la zona para controlar una masiva protesta que es histórica en nuestra comunidad porque pone el foco por primera vez en una realidad que no queremos ver ni dignificar. Coger fruta a pleno sol, colgarte un cubo enorme del cuello con hasta 35 kilos sin bajarte del árbol o cargar cajas a destajo tiene precio, 7,59 euros la hora según convenio. A estos empleados se les pagaba menos de seis, algunos dicen que cuatro, otros que cinco… Inspección de Trabajo resolverá ahora hasta qué límites se incumplía la ley, pero resulta verdaderamente preocupante que no hubiesen pasado por allí antes. Entre pagar poco y pagar miseria hay un salto importante, y eso se debe penalizar, sobre todo porque hay muchísimas empresas cumpliendo la legislación, con enormes cargas fiscales, burocráticas y costes laborales que les hacen muy difícil competir.
También es cierto que el sector agrícola en general denuncia no puede pagar lo que no gana. Este es otro debate que nos concierne a todos, desde el Gobierno central y su ley pendiente sobre la cadena alimentaria; hasta nosotros mismos cuando consumimos sin mirar las etiquetas de lo que compramos, ni nos preocupa de dónde viene ni cómo se ha elaborado.

El caso de Maella se ha conocido porque una trabajadora desesperada llamó a nuestra redacción el miércoles a mediodía, tras seis horas de huelga sin respuesta alguna. Estaba muy nerviosa, indignada y asustada. El miedo a perder el trabajo es tremendo y tuvimos que distorsionarle la voz en sus declaraciones. Tener una redacción en Caspe y desplazarnos hasta Maella para poder contar lo que sucedía, fotografiarlo y grabarlo poniendo rostro a una realidad tan grave es el tipo de periodismo que siempre hemos defendido. Estar ahí ha permitido que esta noticia tenga impacto regional, y se abra el debate sobre la desigualdad, la inmigración y la vulneración de derechos. Seguramente si hubiese más periodistas en el territorio para poder realizar reportajes en profundidad conseguiríamos contar más historias y tener sociedades mejores. Comprar periódicos también es muy barato, casi como un kilo de albaricoques, elaborarlo no lo es… Por suerte, la de Maella es una historia que han podido contar periodistas nacidos en el Bajo Aragón, que han encontrado un espacio de trabajo digno, y deben estar muy satisfechos por ello. El periodismo también construye y nos hace mejores.

Eva Defior. Sexto Sentido