Se ha celebrado en Madrid la trigésimo primera (me gusta decir los ordinales por su nombre, a ver si a los españoles nos da por utilizarlos de una vez) «Feria de Otoño del Libro Viejo y Antiguo». Y dentro del primer tipo di con dos libros que me llamaron la atención, y los compré. Uno, «De ayer y de hoy», es recopilación de artículos de Claudio Sánchez Albornoz; y el otro una monografía sobre la lucha armada de los antifranquistas, derrotados en la cruenta guerra civil de 1936, una vez terminada ésta.

En ambos hay cosas que me retrotraen al presente por razones muy diferentes.

En el caso del libro de don Claudio por la importancia que da a lo musulmán en la formación de España: «cada día -dice- se hacen más notorias la magnitud del legado del Islam al mundo moderno y la importancia de su papel, a través de España especialmente, en la formación de la cultura europea moderna». En uno de los artículos recopilados, escrito en Argentina, habla de unos musulmanes lisboetas que en el siglo XII se adentraron en el inmenso océano Atlántico y que, de tener más arrojo y suerte, hubieran podido llegar a lo que luego llamaríamos América tres siglos antes que Colón. Conocer estas cosas nos debería acercar a la cultura de quienes ahora viven en Caspe, están comprando allí casas, recogen los frutos de sus campos, usan sus servicios y llenan sus calles.

El otro, el libro del periodista tortosino Daniel Arasa «La invasión de los maquis» editado el 2004 (luego vi que era una nueva edición del publicado por Argos Vergara en 1984 con el título: «Años 40: los maquis y el PCE») trata -dice el autor- sobre «el intento armado para derribar el franquismo que consolidó el régimen y provocó depuraciones en el PCE». Fenómeno, el guerrillero, del que tengo recuerdos infantiles, pues «los maquis» actuaron muy cerca de Caspe y de ello hablaban los mayores en los años 50. Mi perplejidad viene de que en un momento en que tanto se habla de Franco, de la Memoria Histórica, y de las consecuencias del levantamiento militar del 36, no he oído ni una palabra -ni en la izquierda, ni en la derecha- sobre el fenómeno de los guerrilleros antifranquistas, pues eso eran (y no ‘bandoleros’, como decía el Régimen cuando sus ataques trascendían a la prensa censurada); ataques que, precisamente, fueron los que propiciaron que Franco fuera -ya concluida la guerra- tan «cruel y represor» y tan anticomunista, pues se le atacaba (después de haber ganado una guerra) con apoyo estalinista fundamentalmente, con armas y técnicas militares; de forma intermitente (aunque cada vez con menos intensidad) hasta ya entrados los años 60.

Estos ataques hacían que se considerara, a quienes ayudaban, apoyaban o auxiliaban al maquis, «desafectos al régimen» y se les llevara incluso al paredón; y que cuando había muertos en las escaramuzas acabaran enterrados en medio del monte o en cunetas, pues era una lucha que, aunque desigual, Franco quería ocultar al ser clara muestra de que no tenía a todos los españoles de su parte, y evitar se sumaran más a la misma. Pero sorprende, ciertamente, que la ultraderecha no cite -prácticamente nunca- el mayor motivo de que se siguiera matando a republicanos una vez acabada la guerra.

Alejo Lorén