Sí, lo reconozco, yo también fui una de aquellas personas que, en el momento que estalló la pandemia de la COVID-19 allá por el mes de marzo, confiaba en que esta dramática situación provocaría un efecto de transformación hacia una sociedad más colaborativa y generosa, más implicada en lo común y que pensara más a medio-largo plazo y no solo en el hoy y el ahora.
En un primer momento se desató una ola de solidaridad para, por ejemplo, preparar el material de protección del que carecíamos o llevar los productos de primera necesidad a las personas que no debían salir de su casa. Además, cada día a las ocho de la tarde salíamos a nuestras ventanas y balcones para insuflar ánimos a nuestros sanitarios a través de música y aplausos.

Pero pronto ese espíritu colectivo comenzó a cambiar. Probablemente el punto de inflexión fue el momento en el que desde un determinado sector político se pasó a sabotear la ya de por sí complicada labor del Gobierno, intentando hacer caer la herramienta jurídica del Estado de Alarma, un paraguas absolutamente necesario para poder limitar la movilidad y restringir algunas actividades. Al final el Ejecutivo se vio obligado a adelantar la llegada de la «nueva normalidad» y, curiosamente, ahora esos mismos grupos critican que la desescalada fuese demasiado rápida.

A partir de ahí se han ido sucediendo las situaciones en un sentido muy contrario al de aquellas primeras semanas. Desde los botellones coincidiendo con las «no fiestas» en casi todos los pueblos y ciudades durante el pasado verano, hasta los encuentros y reuniones en domicilios que cada fin de semana vemos a través de fotografías en las redes sociales en plena segunda oleada de contagios. Por supuesto, en la mayoría de casos prescindiendo de las mascarillas y sin mantener la preceptiva distancia de seguridad.

Por todo ello, aquella esperanza de cambio que se despertó en mí en el seno de una situación terrorífica, se ha convertido hoy en desilusión por una sociedad cada vez más egoísta y ensimismada. Porque parece olvidarse que depende de la responsabilidad de cada uno de nosotros y del cumplimiento de las instrucciones de las autoridades sanitarias que los sectores económicos que peor lo están pasando recuperen paulatinamente su actividad, que podamos ver de nuevo a nuestros seres queridos o, lo más importante, que podamos proteger nuestra propia salud y la de nuestros familiares, amigos y vecinos.

Aitor Clemente – GANAR Aguaviva