Llevamos casi dos semanas hablando del dichoso «pin parental» que quiere imponer el gobierno de Murcia, y quizás alguno más, para que los padres puedan decidir a qué charlas y formación complementaria, que no extracurricular, van a autorizar a sus hijos a asistir. Los temas más sensibles para estos devotos acérrimos son las que tratan sobre la igualdad de género, y la libertad y la formación sexual. Habría que recordarles a estos progenitores que este tipo de medidas no son promovidas únicamente desde el gobierno español, sino que el propio Consejo de Europa firmó en 2011 el Convenio de Estambul, en cuyo artículo 14 se instaba a todos los países miembros a emprender las acciones necesarias para incluir en todos los niveles educativos material didáctico para promover la igualdad entre hombres y mujeres, romper con los papeles estereotipados de los géneros, rechazar la violencia contra las mujeres por razones de género, todo ello adaptado a la fase de desarrollo de los alumnos, claro está. Por otro lado, el propio currículo aragonés recoge como elementos transversales que todas las materias deben incluir en sus programaciones asuntos tan escandalosos como «la prevención de la violencia de género», «y la no discriminación por cualquier condición o circunstancia personal o social», incluyendo en este aparado la orientación sexual. Exceptuando casos muy concretos, como el de unos padres que denunciaron a un profesor por haber cometido la osadía de poner en clase de su hijo un documental sobre el asesinato de la primera mujer contabilizada como víctima de violencia machista en España, en todos los años que llevo en la enseñanza, no he encontrado todavía un solo progenitor que se haya mostrado preocupado por las consecuencias de este tipo de charlas, cuyas únicas repercusiones van a ser abrirle la mente a los jóvenes y hacerles más tolerantes frente a lo diferente, o bien ayudarles en caso de que se sientan identificados con esa situación. Reclamar la censura en nombre de la libertad es una medida cuanto menos paradójica. Por muy padre o madre que uno sea, no se tiene derecho a condicionar el futuro de los hijos e hijas, porque al final son personas independientes y les tocará a ellos decidir quién quieren ser, a quién quieren amar y la sociedad debe dotarles de las herramientas necesarias para hacer frente a la discriminación o la violencia que puedan sufrir. Condicionar la educación de los hijos solo les hará más vulnerables y reaccionarios.

Julia Cortés – CHA Maella