El Gobierno haría bien en saber que la unidad territorial de referencia hace tiempo que se instaló en los balcones. Esos lugares mínimos a los que la mayoría de las familias no habían mirado apenas y que ahora se han convertido en tabla de salvación. Esta semana han sido auténticos miradores de reencuentro para que los niños saludasen a sus abuelos, para felicitar cumpleaños, aplaudir y llorar de emoción. También han sido la unidad sanitaria de referencia, donde muchos han pasado el Covid-19 suponiendo que lo padecían, sin test y con medidas autoaplicadas de un distanciamiento imposible. A nuestras terrazas y barandados los dejemos atrás a partir de este sábado para salir a hacer deporte o pasear en familia. Gracias, lo mínimo que merecen son una plantas primaverales y un buen repaso de pintura. Y en este lío balconiano, nos vienen ahora a decir que las provincias son el límite de movilidad ciudadana, otra cárcel sin pies ni cabeza.

Y aquí, «los de provincias», como nos llaman en Madrid a los forasteros, hace tiempo que dejamos el provincianismo de lado. El problema es que no se quiere mirar hacia nuestra realidad desde la gran capital, y así llevamos cincuenta tremendos días. Es absurdo no solo en Teruel, sino en el resto de buena parte de las 50 provincias españolas aplicar un desconfinamiento con esta discrecionalidad. Los planes autonómicos, el de Aragón y el de otras comunidades hoy en armas como Galicia, Comunidad Valenciana o Cataluña, eran mucho más ajustados al terreno, de trazo fino, seguros y de sentido común, con una mirada abierta al medio rural, donde están las zonas más limpias de Covid-19. Entender el desconfinamiento por áreas sanitarias es de sentido común. Nosotros en el Bajo Aragón lo sabemos bien; somos un ejemplo de libro de la casuística territorial. Es infame que por ser distinta provincia la movilidad social o comercial, por ejemplo, entre Caspe y Alcañiz sea imposible encontrándonos en el mismo área sanitaria. O con Zaragoza o Tortosa, zonas de influencia lógica, y no con Teruel capital, a dos horas de aquí. Y bueno, es la repanocha que las grandes ciudades puedan flexibilizar a la vez que los pueblos. No tiene nombre el asunto de las segundas residencias, sin test ni consuelo.

Aquí, en tierra de frontera, nos salvamos del aluvión de la urbe porque están en otras provincias, pero ¡ah, de los pobres pueblos en comunión provincial! De los cupos hosteleros, ni hablamos, que si esta pobre gente levanta la persiana no tiene ni para pipas.

Una se pregunta con qué cuajo pide el Gobierno central informes de desescalada autonómicos, o consulta a la patronal hostelera, para después relegar esos documentos cual papel higiénico. Y los colegios, ¿ahora abrirán cual ludotecas para los menores de 6 años cuando se dijo que el curso se daba por terminado? ¿y las guarderías? ¿Pero cuándo, cómo y porqué? ¿Y qué significa «grupos reducidos» de personas? ¿3, 4, 5? ¡Al menos vamos a poder ir bien peinados a partir del lunes, que buena falta nos hace para recuperar la moral!

Menos mal que se van a atender las reclamaciones autonómicas justificadas para adaptar las zonas territoriales en la desescalada. Veremos… Se pedirá empezar a flexibilizar antes las medidas en los pueblos, ¡pero ahora quién les dice a los de las capitales que no pueden moverse! Madrid multiplicó por tres los contagios este miércoles. En fin, como en 1833, muchos querrían hoy proponer la cuarta provincia para nuestro Bajo Aragón Histórico. Las tendencias siempre vuelven, y ya saben que ésta nunca ha quedado demodé en la Tierra Baja.

Eva Defior