Voy a hablar del ámbito rural, que es donde ésta columna se publica. No tiene mucho sentido escribir si no se tienen lectores. Esto es un principio evidente, pero también es verdad que no se debe dejar de escribir porque no se tengan lectores, y más ahora, que se lee tan poco. Ahí queda lo escrito para ser rescatado en cualquier momento y poder servir de utilidad o de testimonio.

Una de mis anteriores columnas, la titulada «En camisa de once varas» tuvo cuatro opiniones de lectoras. Aquí no cabe duda de usar el femenino, porque las cuatro personas que opinaron firmaron con nombre de mujer. Es algo que los que estamos cerca de actividades culturales rurales sabemos: en los pueblos las mujeres responden mejor a los valores culturales que los varones; al igual que lo hacen los mayores de 40 años. Siempre hay excepciones, por supuesto.

Los hombres, con su querencia por los bares, casinos, o partidas de cartas, suelen apartarse de asistir a una obra de teatro, una conferencia, o un acto cultural de cualquier tipo. Los varones que van a esas cosas suelen ser siempre los mismos y minoría. Sin embargo tanto el cine, como el teatro como el resto de actividades que están dentro del ámbito cultural cuentan con numeroso publico femenino. En Caspe tiene gran predicamento la Asociación de la Mujer, y supongo que parecida cosa ocurre en otros pueblos. No conozco asociación similar fundada por varones.
En las opiniones a mi «En camisa de once varas» me escribió una lectora que «no supe ponerme en el lugar de la mujer». Y es posible que tenga toda la razón, pues al ser hombre tengo más facilidad de ver las cosas desde mi cómodo punto de vista. Pero para subsanarlo están las opiniones que me escriben; me creo en el deber de tenerlas en cuenta y ser al menos su portavoz.

En el caso concreto yo quería desdramatizar las posibles consecuencias de un suceso nada agradable; pero decía «es un pueblo de apariencia tranquila (y eso lo aprovechan los delincuentes) pero con los problemas de la sociedad del siglo XXI». No es, pues que no viera los problemas; pero si que no tuve punto de vista femenino en algo muy concreto que me señalo la amable lectora: «…pasar por La Rosaleda siendo mujer, es que te radiografien de arriba a abajo, y oír cosas desagradables, pero claro ‘si usted no lo sufre es normal que no sea ecuánime en mis críticas’. Es sólo un ejemplo de los muchos que podía poner», puse comillas sencillas en una frase irónica que me incumbe. Esta opinión la corrobora otra lectora, luego lo dicho por la primera no es fruto de una sola mala experiencia. Bien es verdad que otras dos lectoras quitaban hierro al asunto y justificaban, de alguna manera, mi escrito.

Pero no; debo reconocer que en lo tocante a lo que se refiere la lectora, tiene razón, y hay que hacer todo lo posible por erradicar ese machismo en que algunos viven, destilado por su cultura. Hacen falta campañas de información, reeducación y sensibilización, tanto para muchos de nuestros autóctonos como -y para estos mucho más, seguro- los nuevos caspolinos provenientes de culturas ancestrales que siguen viendo en la mujer un deleite para el hombre.
Adelanto que es una lucha difícil que debe darse a través de educación y principios.

Alejo Lorén