Ahora que se ha visto la necesidad del uso de mascarillas para evitar el contagio con virus, pienso lo útil que sería poder contar con mascarillas para las malas pasiones y los vicios; para los llamados en nuestra cultura cristiana ‘pecados capitales’: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza. Son las malas cualidades que hacen que una persona puede ser censurada cuando se tienen en demasía, pues tener algo de ellas en menor grado puede darse en todo ser humano, tan es así que el escritor Fernando Diaz-Plaja clasifica los países según la pasión predominante en sus habitantes, siendo la envidia la que destaca en los españoles.

Y hablo de lo útil que serian las que llamo «mascarillas para el alma» porque el obrar mal también se contagia y hace daño a los que lo padecen y a quienes habitan con sus frutos. Bien es cierto que hay profesiones que no se conciben sin caer en una de esas ‘malas pasiones’: ¿un poderoso sin soberbia? ¿un resentido sin envidia? ¿un hambriento sin gula? ¿un banquero sin avaricia? ¿un perdedor sin ira? ¿un adolescente sin pereza? ¿un reprimido sin lujuria?. Se suele desear lo que no se tiene; se suele despreciar lo que te sobra; se suele hacer lo que te enseñaron.

«Mascarillas para el alma» (barreras contra los enemigos de la bondad y la justicia) son ‘los principios’: «normas e ideas fundamentales que rigen el pensamiento o la conducta». Pero en nuestra sociedad parece que ocurre como cuando comenzó la pandemia de la Covid 19 y no había mascarillas, tanto que, ante su falta, decían algunos sabios en la materia que «no eran necesarias»; ahora lo que no hay son esas normas benéficas: tampoco ven necesarios «los principios’.

Estas ‘barreras para los males’ facilitarían la convivencia, harían una sociedad más justa y una vida más agradable. Si no las tenemos, hagámoslas, como se hicieron mascarillas preventivas del contagio de los virus en tantos lugares del mundo, desde las cárceles a los conventos de clausura.
Las mascarillas son, para el virus, barreras; y para las injusticias del ser humano la educación, la cultura y la vida digna son diques para alejarnos de lo injusto. Lograremos así una sociedad mejor e igualitaria sin caer en el populismo fácil o en la utopía falsaria, pues hablando de estas cosas no se puede ilusionar a la gente con metas inalcanzables. De lo que se trata es de conseguir lo necesario para el buen funcionamiento de la sociedad en general, para lo cual (al igual que en la enfermedad hay un virus real que contener) hay en la realidad una injusticia social con unas carencias sobre las que hay que aplicar mecanismos y fórmulas para corregirlas y erradicarlas.

Hoy no se si a todos les gustara mi columna o la encontraran insulsa, pero a mi me pedía el cuerpo estas disquisiciones entre «el cuerpo y el alma», más que nada por hacer reflexionar al lector sobre el complejo y desquiciado momento en que nos encontramos.

Alejo Lorén