Hay gestos simbólicos que sustituyen cualquier recompensa, homenaje, halago o reconocimiento. Una medalla que un niño gana por sus méritos en clase; el aplauso sorpresa de unos compañeros de trabajo; que te nombren hijo predilecto de tu pueblo o te hagan pregonero, que tu familia esté en la primera fila de tu graduación, heredar un vestido de tu tía, un mantón de manila, un album de fotos antiguas o los pendientes de baturra de tu madre. Yo todavía recuerdo cuando mi abuela me regaló su medalla de la virgen por mi comunión. Qué cosas… era enorme y anticuada, pero a mi me emocionaba. Cuando me la puso fue como heredar algo mágico, sin precio. Antes dejaría que me cortasen la mano que entregarla. Y, aunque no me considero especialmente creyente, en los momentos más difíciles de mi vida la he llevado puesta y rezado para que me ayudase. Y creo que funcionó. Al fin y al cabo, somos seres espirituales con nuestras formas extrañas y personales de expresarlo. 

Pienso en esto mientras me enveneno al saber que la Guardia Civil ha concedido dieciocho medallas a los altos mandos y otros agentes que participaron en el «exitoso» operativo de búsqueda y captura de Norbert Feher, alias Igor el Ruso. ¿Qué significan para las familias de las víctimas? ¿Qué simbolizan para quienes las reciben? ¿Cuáles son las razones que argumentan tal reconocimiento? Es público y notorio que las familias de los tres asesinados están indignadas y no quieren saber nada de medallas, sino respuestas, datos y razones que expliquen los fallos manifiestos de forma recurrente en la coordinación, distribución de medios, toma de decisiones, análisis de pruebas, exposición de civiles, falta de equipos de protección individual y valoración del riesgo entre el 5 y el 14 de diciembre de 2017. Si Feher no se hubiese tirado a la Bartola para dormir en Mirambel no lo habrían detenido la madrugada siguiente a los asesinatos tras ocho horas de búsqueda infructuosa y después de días de denuncias vecinales recurrentes sin efectivos para darle caza a tiempo ni alertar a los vecinos para que no saliesen de sus casas. Vimos cómo debería haber sido la respuesta hace escasas semanas con el operativo para capturar a «El Rambo de Requena» en Andorra. Sobran excusas y faltan respuestas, más de 87 presentadas de forma recurrente por los Amigos de Iranzo; apoyadas institucionalmente por ayuntamientos, comarcas y DPT, así como 21.000 firmas ciudadanas llevadas a la Subdelegación del Gobierno sin contestación alguna hace ya dos años. 

Lo poco que sabemos de aquellos días es gracias al juicio abierto contra Feher, porque la Justicia Militar lleva sus propios cauces disciplinarios y jerárquicos, por lo visto premiando en vez de investigando. ¿Porqué no se llevaron al laboratorio las pruebas del tiroteo de Albalate hasta 17 días después de los asesinatos? Esta es una de las últimas preguntas que muchos se hicieron después de que La COMARCA publicase detalles del sumario de este último juicio este enero. Son datos reveladores pero que no interesan para juzgar a Feher, tan solo aportan certezas sobre lo que se hizo mal. ¿Y quién asumirá esto? La respuesta en blanco asusta. 

Produce vergüenza pensar en el descaro de quien nos cree tan ingenuos como para que creamos que estas medallas son un premio de consolación a un dispositivo ridículo. ¿Eran necesarias? ¿Y con qué conciencia las recogen algunos de los condecorados? Ante un juicio inminente del caso, casi tres años después, se publican en pleno verano, sin detalles ni explicaciones, como si fuesen el pago injusto de tapadillo por un silencio que trata de cubrir una chapuza sin precedentes que todavía ninguna autoridad ha querido reconocer, sino todo lo contrario, a la vista de los hechos. 
A Víctor Romero le dieron el nombre de la casa de cultura de su pueblo, Calanda. José Luis Iranzo es ya la imagen y el apellido del centro Ítaca de Andorra. En la puerta del cuartel de Alcañiz, un monolito de alabastro recuerda tanto a Romero y a Víctor Caballero. La iniciativa fue impulsada por sus compañeros. Pero estas medallas… están manchadas de sangre. Si quieren aportar consuelo, sepan que no hay mayor gesto, ni condecoración más honesta, ni galón más reconfortante que la propia verdad. 

Eva Defior