Estaba queriendo saberlo pero nadie decía nada y yo recelaba. Ahora intuyo la causa del mutismo. Las compañías aéreas tal vez pretendían silenciar los datos, porque las cifras de la aviación –y soy aficionado por piloto– han tenido buena parte de culpa en nuestra asfixia colectiva. Las restricciones de los vuelos internacionales y domésticos, la retracción en Extremo Oriente y más recientemente en Europa, y por supuesto el cese la actividad en muchas pequeñas compañías interiores, ha significado una reducción del consumo de combustible que está contribuyendo a limpiar la atmósfera. Una lección para la estupidez colectiva, tan juiciosa y previsora que arroja a los cauces de los ríos los desechos que bebemos, la basura y los plásticos en el océano que vemos desde los satélites artificiales como compactas islas de mierda flotante que acaban con la fauna marina de la que seguimos «alimentándonos» y para remate contaminando el oxígeno del aire de que vivimos con sustancias tóxicas, venenosas y nocivas.

Pero es tan rotunda y envolvente nuestra estulticia que lo negamos todo. Hasta lo que vemos con nuestros propios ojos. Cualquier excusa vale. Cualquiera menos el ataque de un virus en forma de corona que nos ha aterrado.

Ha sido la propia Naturaleza como en las películas –hay que controlar lo que se sueña porque suele hacerse realidad- la que ha dado la alerta sobre la proximidad de nuestra extinción colectiva, y no la falta de juicio de los hombres, no todos pero si los que están a cargo de la tribu, que han ido apurando los plazos y las advertencias sin remedio. Y aún hay algunos culpables de sucesos criminales que están fabricando equipos inservibles, con batas y pijamas inservibles, que se desgarran al vestirse, con zapatos que se desfondan y otros «objetos de broma» que dan mucha risa: dan mucha risa cuando se ve cómo los entubados bracean con la poca fuerza que les queda, porque están asfixiándose y más cuando los agrupan el el Pabellón de Hielo sin enterrar, porque no tienen sitio en que darles reposo.

Bueno, disculpen porque me he perdido: Me ha irritado como siempre la insensibilidad de algún género de alimañas difícilmente detectables que conviven con los que trabajan, curan, sufren, ayudan, asean, limpian, confian, cocinan, conducen y custodian a los que están a punto de caer o han llegado ya a urgencias con una chispa de esperanza.

Quería decirles que aparte del esfuerzo de los que nos salvan y los que hacen que riamos (Dios se lo pague) hay un primer centinela que nos ha alertado. Este es un homenaje silencioso al «coronavirus»: un germen no inerte pero si inconsciente, que viene de Oriente como los Reyes Magos, y que ha hecho descender casi en un tercio la contaminación en el mes que hace que se ha disparado la alarma en el planeta, sin contar con un tal Trump –que ahora dice que hay que hacer lo que los europeos paro sin decir que lo hacen los europeos- Bolsonaro, el presidente mexicano, y cuatro mas que no necesitamos para nada, cuando la contaminación global ha descendido el treinta por ciento.

Darío Vidal