En la actualidad, es difícil imaginarnos un mundo sin tecnología. La usamos prácticamente para todo. Desde que nos despertamos (ya no utilizamos el tradicional despertador, si no que nos servimos de una de las múltiples aplicaciones que cuentan nuestros dispositivos móviles para ello) pasando por lavarnos los dientes con nuestro cepillo eléctrico hasta hacernos el café en la cafetera de cápsulas o leer las últimas noticias desde la tablet. ¿Qué sería de nuestra vida, de nosotros mismos, sin esta tecnología diaria?

Las pasadas Navidades llegó a casa un robot de limpieza. Huelga decir que es una maravilla. Aspira, barre y friega de manera totalmente autónoma. Tú tan solo tienes que pulsar el botón de encendido y apagado y, a veces, ni eso porque lo puedes programar para que arranque a una hora determinada y luego vuelve a su base solo.

Estamos en un punto en que la tecnología nos acompaña también fuera del hogar. En un bar de Zaragoza ya cuentan con un robot-camarera, bautizada como Mulán, que lleva los platos de la cocina a las mesas del establecimiento, llegando a portar hasta 25 kilos de peso. O, por ejemplo, los robots que se están utilizando para aplacar el contagio del coronavirus tanto en Estados Unidos como en China, donde hacen uso de estas herramientas para hablar con los pacientes ingresados, tomarles la temperatura o transportarles los medicamentos. Díganme si no estamos ya en el futuro.

En momentos así me acuerdo de mi abuela Pabla. En el pasado, era habitual criar animales en casa para, tras cebarlos, sacrificarlos y poder contar con una buena cantidad de comida. Así, mi abuela criaba cerdos, pollos, gallinas, conejos… Y no contaba con más ayuda que sus manos y mucho tesón para realizar las labores domésticas. Me pregunto qué pensaría ahora ella de un mundo cada vez más aséptico donde sí, la tecnología nos ayuda en nuestras actividades del día a día, pero también hace que nos encerremos más y más en nuestras burbujas. Reducimos el contacto entre seres humanos, por ejemplo, cuando pedimos la comida en una pantalla -obviando el mostrador- o sacamos dinero del cajero de una oficina bancaria, donde cada vez hay menos empleados. Por ello, hay que recordar que la tecnología es parte de nuestro mundo, pero no debemos dejar que sea nuestro mundo entero.

Eva Bielsa