Norbert Feher sonriendo desde la cabina blindada / Antonio García-Pool EFE
Norbert Feher sonriendo desde la cabina blindada / Antonio García-Pool EFE

Norbert Feher clava la mirada. Penetra sin escrúpulos, sin palabras, sin esfuerzo alguno. Su psicopatía espeluzna y genera escalofríos aunque uno ni siquiera conozca los detalles de lo que hizo. La primera vez que lo vimos mirar de ese modo fue en la salida de los juzgados de Alcañiz hace ya más de dos años. Esa noche fue imposible cerrar los ojos sin tener a semejante compañero indeseable junto a la almohada. Esta semana, durante cuatro días, lo hemos sufrido por segunda vez reviviendo horas y horas de dolor con esa mirada impasible.

Es un hombre de mil caras, un encantador de serpientes, pero esta vez no ha querido ocultarse tras sus gafas ni ponerse disfraz alguno. Este jueves confirmaron su peligrosidad los peritos forenses y psicólogos que intervinieron en el juicio. No sufre miedo insuperable, ni neurosis de guerra. Distingue entre el bien y el mal. Es consciente de lo que hace, percibe y puede elegir. No tiene remordimientos, es narcisista, solo piensa en sí mismo, se gusta y quiere mostrarse como un hombre fuerte. «La ansiedad es para débiles», dijo el lunes. Se define como héroe «entrenado para atacar». Por eso no puede vivir en sociedad de forma pacífica, porque es muy peligroso y no duda en matar a quien se le cruza en el camino.

Enfrentarse a esa mirada, cara a cara, y seguir adelante es tremendamente difícil para las familias de los tres asesinados por Feher. Pepe Iranzo pidió cortinas para no ver la cara de este «pájaro», como le llamó. Sabía que solo les separaba un cristal pero pudo declarar con pelos y señales todo lo ocurrido, sus temores, sensaciones… haciéndonos revivir cada uno de sus momentos. No hubo ni una sola incongruencia. Su fortaleza se basaba en un bien superior al rencor: el deseo de hacer justicia y querer explicar al jurado popular lo ocurrido sin dejarse un solo detalle de lo vivido, sin ser distraído por sus ganas de atravesar la urna de cristal para coger del cuello al asesino. Como único testigo de lo sucedido, relató muy bien cómo se sintió solo, muy solo… y así ha seguido hasta hoy.

Las personas valientes miran a los ojos pese a su miedo. No conocemos nuestra capacidad de seguir adelante hasta que a uno la vida se la rompen de un modo tan atroz. Seguramente la viuda de Iranzo no sabía si iba a poder lograr sostener la mirada a Feher hasta el preciso instante en que se giró, tras terminar una declaración perfecta en la que no le tembló la voz. Fue un segundo, pero lo hizo, le clavó la mirada. Y él no le mantuvo el pulso. Esa fue una buena victoria, de las que también acompañan junto a la almohada.

Gana la certeza de que Feher es en realidad un cobarde. Eso es lo que no quiere que nadie sepa. Pese al mito peliculero que se ha creado de sí mismo, mintiendo para crearse el apodo de «Igor el Ruso», ni es Igor, ni ruso. Tan solo un hombre sin empatía alguna, metido en una banda criminal, cargado con armas cortas, pasaportes falsos, una Biblia y mucha suerte. Tiene capacidades delictivas limitadas y ha cometido muchos errores. Llegó a una zona aislada, rural, cruzándose con buena gente, desarmada y confiada; luchando con unos pobres guardias que se enfrentaron a él a ciegas con los pocos medios que tenían y sin unos mandos capaces de desplegar los operativos necesarios. Las contradicciones constantes del excapitán de Alcañiz solo hicieron que constatarlo el martes. La Guardia Civil sabía que seguía allí tras los disparos de Albalate y no se actuó para prevenir a la población enfrentando a civiles a riesgos que causaron muertes. Feher no se escondía en cuevas misteriosas como las de Valdoria. Iba pertrechado con once mochilas y todo tipo de materiales dejando un rastro de basura y huellas por donde pasaba. Lo describió bien Eva Febrero: «Esa mañana cuando José Luis me dijo que habían robado en el mas no me sorprendí. Desde el día 5 había robos y estratégicamente se iba moviendo de Albalate a Andorra junto al borde de la carretera. Pensé, ya está en el mas, en Andorra. Sabíamos que venía. Era evidente. El día de antes, robó a 500 metros del Saso en el mas de Capapé. La comarca entera sabía que era peligroso porque llevaba un arma corta con la intención de matar. No teníamos información de nada, éramos la única explotación ganadera de la zona, pero no había ningún dispositivo. Sabíamos que iba a volver». Y seguiremos cerrando los ojos… y muchos días seguirá volviendo con su mirada clavada hasta que se haga justicia de verdad.

Eva Defior