El ser mayor (y a eso se llega sin darse cuenta ni hacer oposiciones) y el vivir fuera de mi pueblo, me hace tener una perspectiva diferente de la que tienen mis paisanos. Mi hermano Vicente, cuando criticaba algo de Caspe, me decía: «vente a vivir aquí, y luego hablas». Por un lado me quería decir que no me enteraba de lo que pasaba en mi pueblo, y por otro, que todo era más difícil de lo que me podía parecer a mi. Y con estas sabias premisas intento ahora hablar y opinar de Caspe, no dejando de reconocer que puedo equivocarme, tanto por la falta de información como la lejanía, pero también creo que esta última me puede dar una perspectiva diferente, un punto de vista que para algunas cosas puede ser interesante.

No es la primera vez que digo que veo a Caspe languidecer, al menos no prosperar como debiera. Si lo comparo con Alcañiz, o incluso con Calanda, veo que en esos lugares surgen iniciativas desde la sociedad civil que no brotan en Caspe. Aquí pretendemos que todo venga de lo público, y si bien éste sector debe ayudar más de lo que lo hace y debe -también, hacerlo mejor- no basta con ello para sacar a un pueblo adelante. Así mismo no me cansaré de repetir que se debe contar con el apoyo del Gobierno de Aragón (DGA) y del Estado. Será la suma de todo eso, coordinada e impulsada por nuestro Consistorio, lo que nos hará salir adelante.

El «Caspe isla» del prólogo de Jesús Cirac Febas en un libro sobre Caspe, debe construir un istmo que, como cordón umbilical, le traiga «la sangre» de la Comarca, de la Autonomía y del Estado.
Debemos fijarnos en lo bueno que tenemos y dejar de llorar y de esperar que sean otros los que nos hagan las cosas.

Mirando el último número de este periódico veo cosas que nos deben estimular: La Red Ganadera de Caspe, que impulsa un grado de enseñanza laboral en el Instituto; la Asociación de Empresarios, que impulsa campañas para revitalizar el consumo; el surgir tiendas como ’12 Uvas’ o bares cómo ‘La Tasca del Artillero’, con imaginación y entusiasmo; o el contar con el Visit Hotel, justo cuando desaparecía otro; o, en agricultura, ser pioneros en el cultivo del almendro. Este tipo de cosas son las que nos hacen falta. Pero seamos conscientes de que detrás de cada empresa siempre hay unas personas arriesgadas y trabajadoras.

La fruta caspolina está en las mesas de Europa y España gracias al trabajo de los temporeros, y da valor a Caspe, aunque sus beneficios no llegan a todos y ha creado un problema de convivencia de culturas. Pese a que el sector primario sea el básico en nuestra economía debería hacerse todo lo posible para que hubieran industrias de transformación, una vieja aspiración caspolina que no ha cuajado nunca. En el mundo global la alimentación está en manos de multinacionales y es imposible aquello que había antes: licores, chocolates (antes de la guerra), pastas; conservas, etc, de empresas caspolinas. Seguimos teniendo quesos y tal vez podríamos tener patés, pero hace falta mucho más. Hay por lo que hacer y por lo que ilusionarse, incluida la recuperación del patrimonio histórico artístico. Pero si caemos en la melancolía, el desánimo o la abulia, esa recuperación no se dará. Faena hay mucha: para el sector público y para el privado. Hagamos cada cual lo que podamos; entre lo que está tener buena actitud, talante optimista y actuar.

Alejo Lorén