Os pondré en situación para quienes no conozcan Odón, mi pueblo, está ubicado en la España vaciada, en Teruel. A fecha de hoy no es un pueblo turístico. No te voy a engañar, si decides visitar Odón, verás que estamos los de siempre. Nos mueve su tranquilidad, su clima fresco y su gente (creo que no me olvido de nada, sino perdonadme).

Como ves, es simple, pero con una calidad muy alta, dado que su gente vale millones. Año tras año te encuentras con viejas amistades a las que tienes un gran cariño, que forman parte de tu vida y con las que compartes multitud de historias.

Los veraneantes somos personas que vivimos en lugares diferentes (incluso fuera de España), con un mismo punto de encuentro: Odón. Allí, nuestros lazos de la amistad se estrechan. La confianza, familiaridad y naturalidad no se desvanecen con el paso del tiempo, créeme que es como si nos viéramos todos los días.

Cada 23 de agosto los odonenses y los peñistas, con el blusón característico de cada peña, nos reunimos en la plaza, a escuchar voltear las campanas. Aquí, dan comienzo cinco días de actividades dirigidas a todas las edades, desde el niño jovenzano hasta el anciano: gymkana, concurso de carrozas, disfraces o guiñote; jotas, cuentacuentos y charanga. No puedes aburrirte, la alegría recorre las calles las 24 horas del día.

Por desgracia, estas fiestas no mostraré mi blusón con fervor, ni sentiré esa emoción al ver a todos los odonenses agrupados cenando «la vaca», no me divertiré viendo las carrozas o los playbacks.

Esta maldita pandemia nos ha robado la ilusión de vivir nuevas experiencias con la cuadrilla, y, aunque podemos sentirnos orgullosos porque nos hemos adaptado, no quita para sentirme triste.

Esperemos que esta pesadilla llamada coronavirus acabe, y nos deje en paz.

Merche Villa. Correo del lector