El espíritu aventurero ha sido desde siempre uno de los motores de la humanidad, nuestra ambición por saber más y mejor, por colonizar nuevas tierras y espacios, por desafiar las condiciones y por explorar más allá de los límites de lo conocido, nos ha llevado, entre otras muchas cosas, a desarrollarnos hasta las cotas alcanzadas hoy en día, donde tenemos capacidad de imprimir alimentos, pero paradójicamente tenemos cientos de millones de hambrientos.

Me hago estas reflexiones cuando pienso en los nuevos viajes espaciales promovidos por Bezos, Elon Musk y compañía y no acabo de comprender, si de verdad, como alguno de sus promotores anuncia, es una nueva vía para la exploración y futuro asentamiento de humanos en el espacio o simplemente se trata de caprichos publicitarios. Desde luego el vuelo de Bezos es digno de relativizar, ni siquiera pudo emular el de Yuri Gagarin hace más de sesenta años, y Gagarin sí era de verdad un cosmonauta, y sí, la humanidad aquel día de abril de 1961 consiguió un hito que debe perdurar para toda la historia. Pero el vuelo de Bezos, venía cargado de posmodernismo, con esa historia de llevar al espacio a la persona más joven de la historia y a la mujer más mayor y todavía desconocemos si tenía algún tipo de finalidad o interés científico, más allá de saciar el ego del personaje.

Le seguimos mandando un mensaje desolador a la humanidad cuando le decimos, con razón, que debemos cuidar y proteger el medio ambiente, mientras se toleran viajes espaciales que vislumbran por el momento una buena cantidad de contaminación gratuita mientras para muchos sectores de la población hablamos de tomar medidas restrictivas con sus modos de vida. Hablamos de reducir la cantidad de vuelos comerciales, en muchas ciudades ya no puedes entrar ni con tu viejo coche, el que te puedes permitir, estamos llenando todo de placas y molinos y mientras tanto unos señores pueden viajar al espacio sin saber muy bien cuál es el objetivo final. Además, seguro que no falta mucho para que Hollywood saqué una película con tales hazañas e incluso acabemos convirtiendo en dioses, como hemos hecho toda la vida, a estos personajes como una especie de pioneros altruistas que nos abrieron las puertas del espacio.

El turismo espacial ya existía, cuando Yeltsin y su combo se bebieron hasta el agua de los floreros y no dejaron ni alfombras que levantar tras su infausto paso por el Kremlin, los rusos tuvieron que permitir el viaje de Dennis Tito en 2001 para conseguir un mínimo de liquidez para su agencia espacial, así que tampoco nos engañemos, pioneros tampoco son los de ahora. Lo que habrá que ver es si de verdad conseguimos convertir todo esto en algo útil y productivo para la humanidad, que nazca de buenos principios y suponga a la larga un bien para todos o si solo convertimos todo esto en otro nuevo espectáculo para que unos pocos lo disfruten mientras nosotros seguimos desmantelando centrales aquí en la tierra para cumplir unas normas que no son para todos iguales.

Víctor Puch. Sal en la herida