El primer WhatsApp que recibimos con el patrón de costura de una mascarilla de retales y batas con bolsas de basura nos pareció al 90% un bulo. No podía ser, no en España. Han pasado ya catorce días y el colapso avanza. Ha llegado a sanitarios, efectivos de seguridad, cuidadores, y empresas de todo tipo. La gente, curada de espanto, empezó a coser como loca pese a los mensajes de tranquilidad. Hicieron bien. La realidad indicaba que no había material de protección médica suficiente y no se iba a poder conseguir con facilidad. Increíble pero cierto. Sin previsión suficiente de que lo sucedido en Italia y China pudiese llegar aquí, seguimos desabastecidos en centros médicos o residencias, éstas últimas en algunos casos haciéndose pantallas protectoras con botellas de agua como en Azaila esta misma semana. Tenemos a ciudadanos con impresoras 3D elaborando material y estudiantes de ingeniería diseñando respiradores. Inaudito, pero cada gesto suma para ganar vidas, quizá desde el principio debería haberse contado con la capacidad y profesionalidad de la buena gente, a falta de más recursos. Vemos llegar aviones fletados por Inditex mientras en el Gobierno y el Congreso siguen sin anunciar su propio Erte y avanzan aprobando medidas de apoyo económico para que las pymes puedan seguir pagando impuestos, aunque sea con demora. Y ya hemos superado a China en muertos, ya nos dirán porqué.

Se podría decir que vivimos hacinados y que hay que cambiar el modelo de desarrollo. Se podría pensar que hay que dejar de vivir como piojos en costura, mendigando por habitaciones en Madrid, malviviendo por un piso junto a una boca de metro o peleando por conseguir un billete de Ave barato cuando medio país está vacío… Que el 8M fue una irresponsabilidad absoluta, y también el Vistalegre de Vox pero no pongamos solo la carga ahí olvidando la movilidad de rebaño de nuestro día a día. Se podría decir que los casi 4.000 fallecidos por coronavirus se derivan de ahí, pero no es verdad. Se reparten por todo el país, en grandes urbes y pueblos pequeños, en el asfalto y el campo, en los rincones más recónditos. En China, con casi 1.400 millones de personas, que no viven precisamente holgadas, el dato de mortalidad fue menor. Dirán que aquí nos gusta mucho estar juntos, salir, abrazarnos y besarnos. No nos callamos ni en cuarentena… que cargamos estos días la batería del móvil dos veces al día por Dios. Deberíamos decretar una hora de silencio de información, redes y actividad frenética solidaria al día, solo para respirar.

Pero los datos matemáticos no se combaten con arcoiris. En China cerraron todo, como en un búnker. Aquí seguimos con las medidas más «drásticas de Europa» según el presidente, dando gracias mil veces por nuestro sistema de Salud pero sin protecciones y con las morgues colapsadas. Y eso que solo somos 46 millones, y bajando. Nadie quiso creer lo que la ficción ya auguró sobre las nuevas guerras bacteorológicas. Cuando esto pase a nadie le faltará interés por la información internacional, una enorme agenda con red de ayuda vecinal y un kit de mascarillas, guantes e higienzante en el botiquín de casa. No dejen de coser.

Eva Defior